Bolsonaro quiere su soberanía más que al Amazonas
Por Ángel Dorrego.- Bolsonaro quiere su soberanía más que al Amazonas
Ángel Dorrego.- Desde la semana pasado nos hemos encontrado con la tragedia ecológica que vive la selva del Amazonas, la cual está siendo consumida en enormes cantidades de terreno por incendios que depredan cada vez más el ya de por sí vilipendiado pulmón más importante del mundo. La reacción del gobierno de Brasil, en donde se encuentra la mayor parte de esta maravilla de la naturaleza, se ha movido desde el interés económico y de pugnas políticas internas y externas; pero de tratar de apagar los incendios se ha visto muy poco. El presidente brasileño, Jair Bolsonaro, parece más interesado en fijar posturas ideológicas que en detener la catástrofe. Por más hollywoodesco que parezca, luce como si el evangélico mandatario prefiriera ver el mundo arder antes que admitir que no tiene la razón.
Para entender esta catástrofe es importante determinar cómo piensa Bolsonaro y por qué hay amplios sectores de la sociedad brasileña que están de acuerdo con él. El actual presidente de Brasil viene de una formación militar. Realizó sus estudios medio superiores y superiores en instituciones castrenses, y después trabajó en el ejército. Desde épocas tempranas manifestó su admiración por la dictadura que padeció su país, así como un visible desprecio por la democracia. Durante su paso por la política ha sido militante de nueve partidos políticos diferentes. Aunque se declara católico, también está bautizado por la iglesia evangélica, y lleva una estupenda relación con la Iglesia Universal del Reino de Dios, famosa en México por sus infomerciales donde prometen acabar con el sufrimiento de la gente con un marcado acento de hablante del idioma portugués. En Brasil esta última institución rivaliza en tamaño con el tradicional catolicismo, lo que le asegura votantes de todas las confesiones cristianas en su país. Tampoco es tímido para expresar sus opiniones, por polémicas que pudiesen resultar. No duda en hacer comentarios misóginos y homofóbicos con toda agresividad, tanto en el contenido de sus palabras como en el volumen de su voz. Si a esto le agregamos que está de acuerdo con la tortura, así como la limitación de otros derechos, además de sus feroces críticas a cualquier posición que asome algo parecido a la izquierda política, es más que fácil ubicarlo en la extrema derecha del espectro ideológico.
Brasil, por su parte, encuentra su fetiche de soberanía en la selva del Amazonas. Casi todos los países tienen uno. La soberanía se entiende popularmente como la capacidad de una nación de determinar sus propias políticas sin la imposición o influencia de actores externos. Aunque esto en ningún caso en el mundo es totalmente cierto, ya que la interdependencia de naciones obliga a ceder un poco para ganar algo, la mayoría de los países tiene un tema que los hace sentirse seguros de su independencia. En el caso de los Estados Unidos de América (EUA), por ejemplo, su fetiche de soberanía es la posesión de armas por parte de sus ciudadanos. Ellos sienten que si se les limita ese derecho van a ser de algún modo más vulnerables, pues en un país que se define como la tierra del libre y hogar del valiente, cada quien debería ser capaz de defenderse solo. En México lo tenemos con el petróleo, ya que creemos que cualquier cosa que suene a privatización o inversión extranjera mermará la utilización para el bien común de lo que en el siglo pasado fue nuestra principal fuente de ingresos. Los brasileños, por su parte, sienten que la participación de gobiernos extranjeros en el cuidado y administración de la selva amazónica les restará capacidad tanto económica como de defensa de su territorio. En resumen, cualquier injerencia en el Amazonas se ve como la admisión de la incapacidad del país más grande de Sudamérica para hacerse cargo de su propio territorio, y la participación de agentes externos se percibe como una especie de invasión. Así que gritar agresivamente que nadie se mete en el Amazonas es una posición celebrada por una parte de la ciudadanía brasileña. Eso es lo que ha hecho Bolsonaro.
Primero culpó a las organizaciones civiles que se encargaban de cuidar la integridad ecológica de la selva y la vida de los pueblos originarios que ahí habitan de provocar los incendios, pues les quitó los apoyos gubernamentales con los que contaban para ello. Cuando un periodista le preguntó si tenía pruebas, le contesto a gritos (como es su costumbre cuando alguien lo cuestiona) que no le iban a dejar un recado diciendo quién fue. Y eso que él está a cargo de los servicios de inteligencia, así como de las fuerzas de seguridad nacionales de Brasil. Sin embargo, hay que recordar que antes de la conflagración recortó las ayudas a cuidar la selva, despreció públicamente a los pueblos indígenas que lo habitan y mostró apoyo para quienes quieren ocupar esas tierras para fines productivos en manos privadas de origen brasileño. Luego mandó al ejército a combatir los incendios. Y después el presidente de Francia, Emmanuel Macron, le ofreció ayuda que devino en otorgarle 20 millones de dólares de parte del Grupo de los 7. Bolsonaro contestó que los podían utilizar para reforestar Europa o para que no haya otro incendio en la catedral parisina de Notre Dame. Y hasta se burló de la apariencia física de la esposa del mandatario galo, algo impensable en el circuito de la diplomacia internacional. Macron tomó medidas diplomáticas y comerciales de castigo, deseándole a los brasileños que en el futuro tuvieran un mandatario a la altura de su pueblo. Bolsonaro ya respondió que podría aceptar el dinero si viene acompañado de libertad de gestionarlo como él quiera y una disculpa del francés.
Bolsonaro se inscribe sin ningún problema en la ola de mandatarios que se han denominado como populistas en la escena política internacional. Yo personalmente prefiero llamarlos líderes demagogos, ya que su principal característica es prometer cosas imposibles de cumplir, pero que a la gente le gustaría que fueran así, al dar soluciones simples a problemas complejos y prometer que un regreso a un pasado nacionalista les regresará la seguridad y prosperidad que se supone que un día tuvieron. El más notorio de estos líderes es el presidente de los EUA, el empresario inmobiliario Donald Trump, que prometió hacer a los Estados Unidos “grande de nuevo” con la aplicación de políticas económicas y sociales proteccionistas y nacionalistas, todo esto mezclado con una xenofobia latente. Esto se debe a que la descomposición que ha sufrido el sistema internacional debido a la crisis del modelo de capitalismo ortodoxo que devino en una ampliación de las brechas sociales; o sea, los más adinerados se volvieron más adinerados, y los más pobres han sufrido una marginación mayor. Y si le agregamos un tremendo factor de corrupción, se terminó por caer en un descrédito del establishment. En muchos lugares, la respuesta de los políticos ha devenido en un regreso a un nacionalismo aislacionista (considerando que eso fuese posible), privilegiando el parroquialismo y la localidad para no tener que lidiar con la complejidad de la interacción global. Las consecuencias de esta ola se están sintiendo en el escenario internacional. Unos EUA dispuestos a pelear comercialmente con su mayor acreedor sin importarles el empobrecimiento de naciones enteras que nada pueden hacer por suavizar el conflicto. Una copia inglesa de Trump llamada Boris Johnson prefiere cerrar el parlamento en funciones más antiguo que acordar con el resto de Europa para no descarrilar su comercio. Y un presidente de Brasil que parece más seguro de su fe en sus convicciones militares y religiosas aunque lo que se supone que está protegiendo se encuentre literalmente en llamas. Parece que el concierto de líderes internacionales se está volviendo un pleito de supuestos machos alfa dedicados a proteger su dominio territorial para superar enormes complejos con su masculinidad. Y que el mundo arda mientras lo hacen.
Analista, consultor y asesor político. Especializado en temas de seguridad y protección civil. Licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública por la Universidad Nacional Autónoma de México, Maestro en Estudios en Relaciones Internacionales también por la UNAM. Cuenta con experiencia como asesor de evaluación educativa en México y el extranjero, funcionario público de protección civil y consultor para iniciativas legislativas.
Correo para el público: adorregor@gmail.com
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