Depende de cómo evaluemos a nuestros policías/ Ángel Dorrego
Depende de cómo evaluemos a nuestros policías/ Ángel Dorrego
Se cumplen diez años de que se implementó la evaluación de control de confianza a nuestras fuerzas policiales. Incluso cuando costó mucho trabajo legal y operativo que las fuerzas estatales y municipales se integrarán a este proceso de evaluaciones, se logró consolidar como requisito para las fuerzas de seguridad pública la aprobación de la batería de pruebas que componen este mecanismo. De momento se verán suspendidas para estados y municipios con el fin de enfocar los esfuerzos en evaluar los efectivos de la naciente Gendarmería, el nuevo cuerpo de seguridad pública civil que será dirigida por un militar recién retirado y se compondrá en su mayor parte por militares. Esto puede parecer una mala noticia para los ciudadanos que dependemos de los cuerpos de seguridad pública del país, pero aún existe una noticia peor: las evaluaciones que hacemos no sirven para cosa alguna.
La aplicación de las evaluaciones de confianza no ha mejorado la calidad de los elementos de nuestras policías. Permanentemente seguimos encontrado casos donde individuos se encuentran coludidos con el crimen organizado, cuando no de algunos que decidieron dedicarse a la delincuencia de forma independiente. Por ejemplo, durante los penosos hechos acaecidos en Iguala en 2014, en donde 43 estudiantes de la Escuela Normal de Ayotzinapa fueron entregados al crimen organizado por la policía municipal, “241 de los 298 elementos aprobaron las evaluaciones de control de confianza aplicadas en 2013” (Rodríguez, Carlos; El fracaso del Sistema Nacional de Seguridad Pública. Revista La Zurda, Número 24, Diciembre 2014).
Esto se debe a que las evaluaciones que se llevan a cabo actualmente se basan en tres ejes cuya efectividad es terriblemente dudosa: la declaración patrimonial, la evaluación psicológica y la prueba del polígrafo. En el caso de la declaración patrimonial, se necesita que la persona evaluada declare bienes que superen notablemente las remuneraciones que ha tenido en su vida productiva para detectar una incongruencia. O sea, estamos esperando que se señalen solos como corruptos y nos entreguen las pruebas. Obviamente nadie va a declarar bienes que sabe que obtuvo como parte de una actividad ilegal, excepto por muy pocos y cándidos casos. La evaluación psicológica arroja resultados tan sorprendentes como inverosímiles: en corporaciones donde los elementos se ven permanentemente expuestos a casos de violencia extrema y que no cuentan con programas permanentes de desactivación psicológica, la aprobación es mayoritaria. Resulta que policías que han visto descabezados, desmembrados, torturados y una amplia serie de formas de castigo y ejecución que a veces involucra dolorosos daños colaterales, como la muerte de menores de edad; no tiene daño psicológico, incluso cuando no han recibido apoyo en ese respecto.
Caso aparte es el de la prueba del polígrafo, llamado popular y erróneamente “detector de mentiras”. Científicamente hablando, lo que detecta este aparato es qué tan nerviosa se pone una persona cuando se le realiza alguna pregunta, lo cual va a denotarse a través de reacciones fisiológicas al momento de tener que responder. Repito, detecta nerviosismo, no mentiras, ya que el aparato no tiene la menor idea de lo que están platicando enfrente de él. El grado de tensión nerviosa que pueda sufrir un individuo al ser cuestionada sobre un asunto determinado varía de persona a persona, lo que hace que la fiabilidad sea muy cuestionable, cosa que queda demostrada con la cantidad de errores judiciales que ha arrojado en los Estados Unidos, donde se ha encarcelado a inocentes y liberado culpables gracias a tomar en cuenta los resultados de una máquina que mide el pulso y la subjetividad propia que acarrea la interpretación de su operador. Le estamos dando el carácter de prueba científica a una técnica que jamás ha logrado afianzar su fiabilidad.
En España, por ejemplo, para ser policía se necesita pasar primero pruebas físicas, luego de conocimientos, y finalmente psicológicas. O sea, evalúan primero que la gente esté capacitada para realizar su trabajo. Desgraciadamente, en México somos proclives a simular cuando no podemos hacer las cosas. Muchos años tuvimos elecciones que en realidad no eran un ejercicio democrático, profesores que apenas saben escribir, funcionarios académicos sin carrera universitaria, prevención de desastres que reacciona después de los eventos y un largo y doloroso etcétera. Éste es uno de esos casos. No se puede esperar mejorar nuestras fuerzas de seguridad pública con salarios rudimentarios, escasa instrucción previa y sin reglas claras para el ascenso profesional. Y en cuanto a la evaluación de nuestras fuerzas de seguridad, “lo que queda claro es que si la depuración de las instituciones de seguridad pública se cimienta sobre la base de la certificación y el control de confianza, entonces es urgente hacer una profunda revisión de estos mecanismos de evaluación, pues de lo contrario el Sistema seguirá siendo como hasta ahora una simulación, o en el mejor de los casos una ociosa vuelta en círculos” (Rodríguez, op cit). O, tal vez, podemos dejar que cada gobierno en turno siga simulando que lo que hace sirve para algo.
Analista, consultor y asesor político. Especializado en temas de seguridad y protección civil. Licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública por la Universidad Nacional Autónoma de México, Maestro en Estudios en Relaciones Internacionales también por la UNAM. Cuenta con experiencia como asesor de evaluación educativa en México y el extranjero, funcionario público de protección civil y consultor para iniciativas legislativas.
Correo para el público: adorregor@gmail.com