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Convendría algún gobierno de izquierda en México/ Ángel Dorrego

Convendría algún gobierno de izquierda en México/ Ángel Dorrego

El debate entre izquierda y derecha en la arena política será interminable durante todo nuestro periodo histórico, la modernidad, si tiene usted un enfoque cercano al positivismo; o el capitalismo, si prefiere usted a autores de corte socialista. Este primer enfoque, el de la modernidad, arranca nuestra etapa en el inicio de la Revolución Francesa, movimiento que fue el principio del fin de los gobiernos monárquicos en el mundo occidental. En la asamblea formada durante este movimiento se sentaron del lado derecho los girondinos, proclives a que el cambio se diera a partir de las estructuras anteriores, mejorando los que estaba mal y conservando lo que, según ellos, daba estabilidad y futuro a la nación. Del lado izquierdo se sentaron los jacobinos, quienes pensaron que no se podía progresar si se guardaban los resabios sociales e institucionales de un sistema corrupto y podrido. Y así empezó el debate entre izquierdas y derechas, las cuales se han definido y redefinido según el lugar y periodo histórico, agregando al debate todas las dimensiones y temas de la vida pública. A los que militan en la izquierda les gusta mucho que los reconozcan como de esa filiación, tanto que una innumerable cantidad de grupos y personas se definen así sólo porque, según ellos, están del lado del impreciso concepto de pueblo, incluso cuando no tienen ninguna tendencia socialista, social demócrata, comunista o anarquista. Los que clasificamos como derecha odian que se les llame así, y prefieren decir que su pensamiento es demócrata cristiano, centrista, humanista o realista, por mencionar sólo algunos.

En el mundo bipolar posterior a la Segunda Guerra Mundial, la izquierda se vio representada por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y la derecha por los Estados Unidos de América (EUA). Con la implosión y desaparición de la URSS, el mundo ha vivido un reacomodo geopolítico e ideológico que ha durado tanto que parece no tener salida ni fin. Sin embargo, los países democráticos de occidente, sobre todo en Europa, lograron durante todo este periodo una especie de equilibrio institucional sustentable que permitió la representación de ambos polos políticos con todas sus ramificaciones, logrando cierta alternancia en el poder donde los acuerdos logrados entre contrarios permitieron un destacable progreso económico y social.

En el caso de México, vivimos el periodo de la posguerra bajo un régimen autoritario de partido hegemónico, el cual a pesar de distinguirse por la corrupción y a veces la franca incompetencia, mezclaba en su interior grupos políticos de ambos bandos, los cuales iban ganando canonjías según el posicionamiento e ideas del presidente en turno y su grupo de colaboradores. Pero después de las crisis fiscales y de endeudamiento del Estado de Bienestar en los años setenta del siglo pasado, a nivel internacional; y la crisis de la caída de los precios del petróleo en 1982, a nivel nacional; sólo hemos tenido gobiernos de derecha, abocados a la teoría clásica del capitalismo en la cual el libre mercado logrará aumentar la riqueza de las naciones y repartirá a cada individuo lo que le corresponde según su aportación a la sociedad de forma automática, dirigidos por una mano invisible. Aclaro que no me burlo. Lo de la mano invisible es un mantra de los economistas denominados como neoliberales. Y en el caso mexicano, lo que no lograse alcanzar la mano invisible sería paliado por políticas de asistencia social que permitieran la supervivencia a aquellos excluidos del ciclo económico.
Dejando de lado filias y fobias a cualquiera de estas opciones, en una democracia es importante que cada una tenga oportunidad del ejercicio de gobierno con el fin de que las demandas sociales se puedan ir representando en la administración pública, y así construir vías institucionales que generen estabilidad y desarrollo en todos los ámbitos. Nosotros, desgraciadamente, tenemos muchos años cargados de un sólo lado. Es por esto que hay tres temas por lo que me gustaría un gobierno de izquierda en México, y así recuperar algo del equilibrio perdido:

a) Un gobierno de izquierda debería invertir en empoderar a sus ciudadanos más empobrecidos, integrándolos en proyectos productivos que se pudieran insertar en la política económica y comercial del país con el fin de que se crear fuentes de ingresos sustentables e independientes. No como las dádivas del gobierno del dictador Francisco Franco en España, o el asistencialismo inaugurado en México durante el sexenio de Carlos Salinas. O como el programa Jóvenes Construyendo el Futuro, el cual se sostiene en el alfiler de que el gobierno pague directamente el salario del joven trabajador.

b) Un gobierno de izquierda reforzaría la separación entre religión y estado que se ha visto vulnerada en los últimos sexenios, permitiendo la velada participación política de actores confesionales en la agenda pública en detrimento de minorías abiertamente agredidas. No queremos llegar a los límites de Augusto Pinochet en Chile, quien veía con buenos ojos asesinar socialistas para arrancarles a sus hijos y entregarlos a decentes familias católicas; o volver a escenas tan tristes como la que protagonizó Vicente Fox, en ese momento nuestro jefe de estado, arrastrando la dignidad de su cargo al hincarse a besar la mano de un dignatario extranjero. O el grupo de políticos que le prestaron el Palacio de las Bellas Artes al líder de la Iglesia de la Luz del Mundo, amigo suyo de muchos años, muchas elecciones y muchos eventos. Hoy estos supuestos hombres de izquierda están imitando avestruces mientras Nassón Joaquín García está arrestado en Los Ángeles por delitos sexuales en contra de menores. Las autoridades de allá dicen tener pruebas en video.

c) Un gobierno de izquierda se sentiría más identificado con la expresión de las causas populares que con la razón de estado para suprimirlas. Muy lejos de una derecha representada por una junta militar argentina dirigida por un Videla capaz de sustraer y desaparecer gente por el sólo hecho de tener un póster del Che Guevara, o la traumática experiencia que nos dejó el homicidio impune de estudiantes en 1968 por parte del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz. Pero en Tabasco ya criminalizaron la protesta y legalizaron la represión con el aplauso de la presidenta del partido en el poder.
Estas únicamente son las causas principales, de varias, por las que me parece que en algún momento pronto nos convendría tener algún gobierno de izquierda en México. Sin embargo, quiero recordar la razón más importante por la que quiero por lo menos un gobierno de izquierda en México: porque no lo hay.

Educación

Por Ángel Dorrego

Analista, consultor y asesor político. Especializado en temas de seguridad y protección civil. Licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública por la Universidad Nacional Autónoma de México, Maestro en Estudios en Relaciones Internacionales también por la UNAM. Cuenta con experiencia como asesor de evaluación educativa en México y el extranjero, funcionario público de protección civil y consultor para iniciativas legislativas.
Correo para el público: adorregor@gmail.com

Foto agencias Regeneración