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Nadie ha ganado nada en la polarización

Nadie ha ganado nada en la polarización

Por Ángel Dorrego.– En las campañas políticas para puestos públicos, previo a los procesos electorales, los candidatos tratan de sostener por el mayor tiempo posible la idea de que sus postulaciones son viables para obtener el cargo. Todos inician declarándose ganadores para que en el último tramo sólo los que tienen posiciones de apoyo que les hagan asequible el objetivo sigan declarando lo mismo. Sin duda, el candidato puntero suele presumir su posición, sobre todo porque le confirma al público que su causa va por buen camino, mete a sus contrincantes en la espiral del silencio (fenómeno por el cual la gente que comunica una opinión impopular pierde entusiasmo por compartirla) y da la impresión de que la tendencia es irreversible, sea cierto o no. Actualmente, en plena pandemia del Covid-19, nuestra clase política se encuentra actuando con ese triunfalismo propio de las campañas, exceptuando por un detalle: no estamos en campaña. O por lo menos no deberíamos.
Nuestro país ha vivido un proceso de polarización política en la última década, y para este momento tenemos al país dividido en únicamente dos bandos. Los que apoyan al gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, que se ha autodenominado como de la cuarta transformación de la vida pública en México, o simplemente cuarta transformación (4T). Por el otro se encuentra el atomizado y heterogéneo grupo de fuerzas opositoras compuesta de los resabios de lo que quedó de los partidos políticos tradicionales después de las elecciones de 2018, así como fuerzas en el ámbito económico o social que tienen diferencias con las determinaciones del gobierno de la 4T.
El presidente López Obrador dijo en su primer informe constitucional de gobierno que, ante las medidas que había tomado su gobierno, la oposición se encontraba moralmente derrotada. Y por oposición suele referirse a los conservadores, la derecha, los neoliberales o la mafia del poder. Este grupo multicolor puede tener movimientos más progresistas que el del primer mandatario, como el feminista; algunos personajes de reconocida tendencia izquierdista o sectores poco comprometidos con escuelas de pensamiento político, pero él suele clasificar a todos sus opositores con alguno de estos epítetos sin explicar cómo alguien que carga estampas religiosas en su cartera (y presume que cree en ellas) es más progresista que una mujer pidiendo respeto a sus derechos reproductivos.
Sin embargo, el presidente, así como una importante cantidad de sus seguidores en los medios de comunicación, continúa usando la frase de que la oposición está “moralmente derrotada”. Apuntan que los ataques en contra del gobierno vienen de los sectores corruptos de la sociedad que perdieron sus privilegios ante un gobierno honesto que no acepta privilegiar a los pocos a costa de las mayorías. Cada que un periodista o analista los ataca se le acusa de ser un “chayotero” (persona que recibe sobornos por hacer labor de prensa a modo). Incluso han llegado decir que están siendo víctimas de una venganza por parte de los sectores que no están obteniendo las ganancias a las cuales se habían acostumbrado, y que por eso quieren derrocar al presidente, aunque nunca se ha develado una iniciativa golpista. Aquí hay dos asuntos a señalar: primero, que rara han comprobado que alguien sea corrupto, pero son muy fáciles para hacer señalamientos que jamás devienen en juicios transparentes que castiguen a los acusados de actos delictivos. Segundo, pasan demasiado tiempo y gastan muchísima energía atacando a los que, según ellos, los injurian; así que se vuelve ilógico pensar que están derrotados. Nadie se desgasta tanto pateando un cadáver.
Por el otro lado, también he leído y escuchado a opositores del gobierno declarando que la 4T se encuentra estancada para ya no salir del abismo creado por ellos mismos, en el cual se está gastando demasiado en proyectos de rentabilidad cuestionable, se está vilipendiando a los sectores productivos mientras se hace mal uso del gasto corriente en la entrega de apoyos en efectivo que no serán sustentables en el mediano plazo con la política fiscal que se ha impuesto en esta administración. Que es un gobierno que ya ha jugado todas sus fichas sin obtener resultados tangibles, ya que sus proyectos estandarte es muy difícil que operen correctamente en las fechas previstas; que la popularidad del presidente muestra notorios declives y que la gente notará tarde que temprano que las promesas que les hicieron no pueden ser cumplidas. Pero a pesar de todo esto, López Obrador todavía cuenta con una alta popularidad; la oposición vive desarticulada en los mismas dinámicas institucionales que les ocasionó la derrota; tienen muchísima voluntad para señalar las pifias gubernamentales, pero poquísima para transformar sus usos y costumbres políticas; y mucho menos para formar fuerzas diferentes que refresquen e innoven la paleta de la representación política en México. Incluso carecen de líderes que les den visibilidad ante la opinión pública. Actualmente no existen figuras políticas que le hagan contrapeso al presidente sin dejar de ser trascendentes al primer error.
Como se ha hecho evidente, ambas partes se declaran ganadoras en un insano juego de suma cero que sólo nos lleva a dividirnos más. Pero ambas siguen combatiendo, o sea que ignoran su propia propaganda o están tan ocupados peleando que ya dejaron de ver cómo se encuentra el campo de batalla. Y eso les impide ver el próximo movimiento del otro: los afines al gobierno de la 4T se les olvida que una crisis puede acabar con cualquier gobierno, por popular que sea, y ellos están muy lejos de salir de ésta; y todavía falta ver cómo será el manejo de la información que surja una vez que la tolvanera haya terminado, el polvo se haya asentado y todos nos podamos ver en nuestros lugares habituales de nuevo. Entregar las tres obras estandarte del presidente y mostrar los resultados en salud, seguridad y economía. Nada fácil, y en ese camino pueden pasar muchas cosas. Por su parte, los adversarios del presidente parece que no quieren ver que éste todavía tiene el apoyo de una amplia franja del electorado, que es muy probable que presente su consulta de revocación de mandato en 2021, ayudando a los candidatos de su partido a obtener las posiciones públicas necesarias para seguir teniendo control absoluto del aparato institucional del estado mexicano, y tal vez así tener el tiempo y la solidez para nulificar a la poco carismática oposición.
Así que es demasiado temprano para hacer pronósticos fundamentados o para soltar las campanas al vuelo. No estamos en campaña, estamos en los hechos de la vida pública. Nadie ha ganado nada, pero todos parecen estar seguros de que lo ganarán todo, quizá no por méritos propios, sino por los defectos genéticos que tiene la fórmula política del rival. Y desgraciadamente, la desaparición de alguna de las partes nos dejaría como una inconsistente democracia donde las fuerzas sociales están sub representadas debido al divisionismo que padecemos. Y esas democracias no duran mucho siéndolo. Es lo malo de cuando se apuesta todo: hasta las manos más poderosas pueden perder.

Educación

Por Ángel Dorrego

Analista, consultor y asesor político. Especializado en temas de seguridad y protección civil. Licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública por la Universidad Nacional Autónoma de México, Maestro en Estudios en Relaciones Internacionales también por la UNAM. Cuenta con experiencia como asesor de evaluación educativa en México y el extranjero, funcionario público de protección civil y consultor para iniciativas legislativas.
Correo para el público: adorregor@gmail.com

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Foto agencias Capitalez