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Se busca oposición. Por: Ángel Dorrego

Se busca oposición. Por: Ángel Dorrego

A México le llevó mucho tiempo completar los procesos necesarios para convertirse en una incipiente democracia. Como sabemos, vivimos la mayor parte del siglo XX como un régimen autoritario lo suficientemente funcional para mantener el status quo y procesar de forma más o menos suficiente las demandas sociales con el fin de conservar la autoridad pública. Sin embargo, la representatividad se fue atrofiando de forma cada vez pronunciada. Los especialistas del tema ubican diferentes momentos para el inicio de un proceso que abriera las puertas de la representación institucional a actores tradicionalmente excluidos, a la vez que aumentaba su arraigo en el sistema político: la masacre estudiantil en Tlatelolco en 1968, la reforma electoral del 77, la cerrada y no tan convincente elección del 88, hasta la victoria en el 2000 del candidato Vicente Fox por el Partido Acción Nacional (PAN); ganándole por primera vez al Partido Revolucionario Institucional (PRI).

Por algún tiempo, tuvimos un sistema de partidos políticos que parecía estable y representativo, con un partido de centro-derecha como el PAN, otro de centro-izquierda en el Partido de la Revolución Democrática (PRD), completados por un PRI que no dejó de tener importante presencia política, en parte por la facilidad que le daba acomodarse como una opción intermedia entre derecha e izquierda, sin definir mucho cómo era el centro que representaban. Además había otra serie de partidos de menor representatividad o francos satélites de los partidos más grandes, pero que sabían sacar ventaja de su posición de bisagras políticas. Cómo fracasó este acomodo merece un análisis aparte, pero un hecho importante es que sus prácticas en el ejercicio de gobiernos municipales, estatales y federales fueron claramente deficientes y, en muchos casos, bastante parecidas entre sí. El mismo fenómeno se reflejó en los poderes legislativos estatales y en el Congreso de la Unión. Y sí, casi todas incluyeron corrupción.

Es ahí donde aparece el Partido Movimiento Regeneración Nacional (Morena), liderado por nuestro actual presidente, Andrés Manuel López Obrador, quien logró hacer converger este creciente descontento a su favor. Y ganaron mayorías en casi todo, integrando figuras públicas de todos los colores en una inesperada aplanadora electoral. En este momento, ninguno de los otros partidos políticos le representa un contrapeso real. Y recordemos, para sostener una democracia, el sistema debe contar con contrapesos que eviten el abuso de poder por la vía de que el electorado tenga a su siguiente mejor opción en caso de descontento con el gobierno en turno. Pero, ¿dónde están esos contrapesos?

El más definido de sus posibles contrapesos es el PAN, ya que siempre ha aprovechado su franja electoral de clase empresarial, cercanía con la ideología católica y promotores del minimalismo gubernamental. Siguen estando fuertemente presentes en varias regiones del país, pero cuando se trata de hacerle contrapeso al presidente siguen cayendo en lugares que ya se les volvieron comunes. Las ácidas críticas al poder presidencial no son muy distintas de las que hacían el siglo pasado, y hoy ya no funcionan por el simple hecho de que en esa época no habían tenido oportunidad de gobernar, y hoy ya lo han hecho. Cualquier crítica a la presidencia es fácilmente rebotada recordando episodios de las gestiones de Fox y Felipe Calderón. Parece que la fórmula de la confrontación valiente al poder presidencial ya no funciona, pero no parecen tener ningún otro plan más allá de eso.

El PRI, por su parte, parece perdido en redefinir su identidad ante un escenario político que no previeron. Preguntarle al PRI en este momento su filiación político-ideológica es hundirse en un mar de lugares comunes como la cercanía a la ciudadanía, sin nada que lo refiera a un cuadro ideológico que devenga en propuestas de gobierno basadas en una idea clara de composición social. No hay electorado que sienta mucha atracción por gente que sigue dando las mismas respuestas políticamente correctas, pero que no llevan a ningún lado, dichas por un grupo de personas que ya tuvieron importantes cargos públicos (sin que se les recuerde por haberlo hecho de forma brillante) y siguen ocupando los pocos espacios que le quedan al partido.

El PRD es el que se ha reducido de forma dramática después de perder su bastión, la Ciudad de México. Ellos fueron directamente afectados por la salida de López Obrador de sus filas, ya que se llevó toda su fuerza política con él. Morena ha sido más exitoso en abarcar el universo político de lo que en México se le dice izquierda, dejándole al PRD una ventana muy reducida, aunque ninguno de los dos se ha definido como socialista, social-demócrata, anarquista o laborista. Pero así son las izquierdas en México, tan resbaladizas ideológicamente como los demás partidos.

Para que sigamos siendo una democracia, cosa que apenas estábamos aprendiendo a ejecutar de una forma más o menos funcional, se requiere de institutos políticos que tengan ideas claras acerca de sus objetivos en la dirección del país, así como una representación de actores sociales identificables. Nuestros partidos han entrado en los debates simples de cada tema que trata el presidente sin proyectar ingenio en ideas propias que formen proyectos alternativos de país. ¿Lograrán salirse de su inercia antes de caer en la intrascendencia? Mientras, nuestra democracia puede poner un anuncio para clamar que se busca oposición.

Educación

Por Ángel Dorrego

Analista, consultor y asesor político. Especializado en temas de seguridad y protección civil. Licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública por la Universidad Nacional Autónoma de México, Maestro en Estudios en Relaciones Internacionales también por la UNAM. Cuenta con experiencia como asesor de evaluación educativa en México y el extranjero, funcionario público de protección civil y consultor para iniciativas legislativas.
Correo para el público: adorregor@gmail.com