Toluquilla te invita a caminar sobre una senda de crujientes hojas
Estudios revelan los efectos de la minería prehispánica en Toluquilla
Al sur de la Sierra Gorda de Querétaro, en la espesura del bosque de neblina que corona el Cerro del Jorobado o Toluquilla, se encuentra un asentamiento que representa una veta única para comprender a una sociedad prehispánica que estuvo dedicada a la extracción del cinabrio, un mineral que fue altamente apreciado en Mesoamérica, pero que padeció los consecuentes problemas de salud por bioacumulación, tal como lo han corroborado especialistas del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
La arqueóloga Elizabeth Mejía Pérez Campos recuerda que su predecesora en el sitio, Margarita Velasco, advertía el alto valor económico que tuvo la minería en esta zona serrana anterior a la llegada de los españoles, mas no como actividad principal.
Premisa que en los últimos años se ha replanteado tras una serie de análisis a muestras obtenidas de restos óseos recuperados en distintas áreas de la zona arqueológica.
Mientras camina sobre una senda de crujientes hojas de encino, la directora del Proyecto Arqueológico Toluquilla, iniciativa del INAH que este año cumple 20 años de trabajo, comenta que en la última década se ha examinado una muestra de los restos de poco más de 200 individuos masculinos y femeninos, entre neonatos, niños, jóvenes, adultos y adultos mayores, que proceden de una veintena de entierros.
Sentada en una de las escalinatas del llamado Edificio 18 o “de los Niños”, Elizabeth Mejía explica que, de los dos centenares de individuos, 160 han sido analizados y de esa cantidad 40 por ciento corresponde a población infantil; asimismo, se ha recuperado una decena de ejemplares de neonatos
En la búsqueda por comprender por qué la alta tasa de mortalidad en este sector de la población, la doctora Elizabeth Mejía ha contado con la colaboración del doctor Gilberto Hernández, adscrito al Centro de Geociencias de la UNAM, campus Juriquilla-Querétaro, quien se ha centrado en temas de contaminación por metales pesados en suelos y sedimentos a partir de su variabilidad en el espacio, rangos y biodisponibilidad.
A falta de precedentes de este tipo de análisis aplicado a muestras provenientes de contextos funerarios prehispánicos, se diseñó una metodología específica que eliminará la mayor cantidad de variables.
Por ejemplo, no obstante que mediante análisis de suelos se ha comprobado la alta contaminación por mercurio en Toluquilla (el cinabrio se contiene en 78 partes por millón), era necesario descartar que el contacto de los restos óseos con el suelo fuera un factor que altera los datos.
En total se mandaron a análisis muestras de los restos de 35 individuos (principalmente de huesos largos, cráneos, vértebras y dientes), entre ellas de cuatro neonatos, y se obtuvieron resultados de 32.
Cada uno de ellos fue muestreado tres veces. “Todos: hombres y mujeres jóvenes, adultos, niños, fetos, resultaron contaminados; tuvieron contacto con mercurio o con cinabrio”.
La doctora Elizabeth Mejía anota que el mercurio está asociado a otros metaloides: arsénico, plomo, cadmio, zinc y antimonio, por citar algunos. En total se analizaron 11 metales en los 32 esqueletos, que dieron positivo en todos los casos.
Sobre los alcances de la bioacumulación (proceso de acumulación de sustancias químicas en organismos vivos, alcanzando concentraciones más elevadas que las halladas en el medio ambiente y los alimentos) en los residentes de Toluquilla, la arqueóloga refiere que la norma internacional actual fija un promedio que no debe rebasar las 5 partes por millón (ppm) en un ser humano.
Uno de los casos paradigmáticos fue el de un neonato de Toluquilla que mostró 96 partes por millón.
“La movilización de mercurio a la sangre en el feto se dio vía materna, durante la gestación, lo que provocaba que nacieran prematuros y murieran. Esto nos lleva a determinar que las mujeres de Toluquilla participaban en el beneficio del mercurio, es probable que parte de la molienda y envasado del cinabrio en pequeñas vasijas, los llevaran a cabo ellas arriba del cerro”.
También llamado bermellón por su intenso color rojo, el cinabrio fue un material muy preciado en Mesoamérica, y Toluquilla fue uno más de los sitios que pudieron comerciar con este bien, al igual que sitios de Guatemala y Chiapas, Guerrero, Morelos y Zacatecas.
Sin embargo, el cinabrio permitió a Toluquilla obtener también materiales altamente valorados, procedentes de los cuatro puntos cardinales: obsidiana de Michoacán y también de Hidalgo; cerámica que refiere a una relación con Tajín y la región de Río Verde, San Luis Potosí, o con Tula; y conchas y caracoles de las costas del Pacífico y del Golfo de México. Su acceso a este valioso recurso fue quizá una de las claves de su larga ocupación de 1,850 años, entre 300 a.C. y 1550 d.C.
Además de la afectación a órganos internos, consecuencia de la bioacumulación, arqueólogos y antropólogos físicos del INAH han observado la presencia de caries en las dentaduras de una importante cantidad de los individuos, además de que los dientes muestran alto grado de pulido, probablemente a consecuencia de una dieta de productos duros. También se observa que los jóvenes y adultos padecieron artritis y otras enfermedades reumáticas, además de lesiones y traumatismos.
“Llegamos a la conclusión de que aquí, en la parte elevada del asentamiento, fue enterrada una gama de la población.
Encontramos los restos de personajes de la élite, por ejemplo, el de una mujer de poco más de 20 años que portaba un collar de tres hiladas con mil 200 cuentas de caracol, o el de un adulto mayor de 65 años que tenía asociado un espejo de hematita; también la osamenta de alguien que debió ser cargador porque sus vértebras están completamente fusionadas”.
Las excavaciones, tanto de Elizabeth Mejía como de sus predecesores (Eduardo Noguera y Margarita Velasco) y el posterior trabajo de gabinete han removido teorías anteriores, entre ellas, que la ocupación del sitio fue corta, ubicándola hacia 900 d.C., incluso las formuladas en el siglo XIX cuando se descubrió este sitio de tipo amurallado.
Esas grandes murallas a las que hacía referencia el ingeniero de minas Bartolomé Ballesteros, son muros de contención que se levantaron con bloques de caliza (de 50 cm a un metro de largo, 50 cm de profundidad y otros 40 de alto) para formar hiladas que sirvieran de base a las estructuras arquitectónicas, entre ellas, para los paramentos posteriores de las canchas de Juego de Pelota.
En las fachadas se usaron piedras labradas que originalmente estaban recubiertas de estuco y pintadas. La arqueóloga explicó que al igual que otras ciudades mesoamericanas, bajo las fachadas de los edificios de Toluquilla existen otras estructuras del periodo Epiclásico (700-900 d.C.).
Lo que hoy observa el visitante es la suma de una serie de modificaciones y ampliaciones posteriores a esa ocupación y que se prolongaron hasta la etapa del contacto con los españoles.
El olvido del sitio fue ventura para los arqueólogos, quienes lo hallaron en excelente estado de conservación, y se dieron a la tarea de consolidar cuartos, callejones, vanos de puertas y muros de gran altura sin necesidad de excavar.
En la poligonal de la Zona Arqueológica de Toluquilla, que abarca cerca de 17 hectáreas, a lo largo de 20 años de labores del proyecto se han registrado 210 monumentos, que incluyen desde los muros de contención para unas 40 terrazas con habitaciones distribuidas en la parte suroeste del Cerro Jorobado; además de las edificaciones en su cima, entre ellas cuatro canchas de Juego de Pelota, de las que un par todavía permanecen ocultas entre la bruma y la hojarasca.
Toluquilla se ubica al norte del municipio de Cadereyta de Montes, en Querétaro.
Tras pasar el poblado de Vizarrón se toma la desviación a San Joaquín. A la altura del km. 30 se toma el camino a la presa Zimapán; en el km. 11 se encuentra un camino de terracería de 500 metros que conduce a la meseta de Toluquilla.
Agencias dgcs Unam