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Los Sonideros: Cultura, Resistencia y Patrimonio

Los Sonideros: Cultura, Resistencia y Patrimonio.

Por *Ofelia Muñoz Catalán

En la vasta y multiforme urbe que es la Ciudad de México, donde convergen historias de migración, resistencia y fiesta, los sonideros se han consolidado como una de las expresiones culturales más auténticas del territorio popular urbano.

Pese a los prejuicios, las campañas de estigmatización y la falta de reconocimiento institucional, esta subcultura ha sobrevivido y evolucionado durante décadas, no solo como un fenómeno musical, sino como un tejido de memoria colectiva, identidad barrial y voz de las clases populares.

Este artículo propone analizar su función como subcultura urbana y los aportes simbólicos y sociales que representa.

Hablar de sonideros es, en realidad, una genealogía de apropiaciones musicales que parten desde la década de 1940 en México, cuando comenzaron a proliferar las fiestas en vecindades populares, colonias periféricas y patios comunitarios. Inspirados por el auge de la radio, los equipos de sonido domésticos comenzaron a profesionalizarse.

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Fue a partir de los años 60 y 70, con el influjo de la música afrocaribeña —especialmente la cumbia colombiana— que se consolidó la figura del “sonidero” como maestro de ceremonias, selector musical, comentarista y figura pública del barrio.

La historia de los sonideros ha traspasado las fronteras, los discos de cumbia llegaron desde Colombia, Perú o Venezuela, y los jóvenes mexicanos, particularmente en zonas como Tepito (colonia Morelos), Iztapalapa, Nezahualcóyotl comenzaron a adaptarlos, mezclarlos y reproducirlos con toques personales.

Así nació una cultura sonora única, que incluía no solo los ritmos tropicales sino también el arte de la locución empírica y por demás barrial, la improvisación en el micrófono y la reverberación de las voces que dotaron de identidad y unicidad al sonidero.

Los pioneros del movimiento sonidero son figuras hoy legendarias: Ramón Rojo Villa, mejor conocido como Sonido La Changa, o “El Rolas” de Sonido Condor, son nombres que resuenan en los altavoces de la memoria colectiva del barrio.

Estos hombres no solo reproducían música: la curaban, la transformaban y la devolvían al pueblo con otro ritmo, sabor y la dotaban de otra alma. Algunos de ellos comenzaron con simples grabadoras de casete, micrófonos rudimentarios y bocinas hechizas, a todo esto se sumó una estética del sonido: luces, nombres de fantasía, frases distintivas o de identificación, colaboraciones y hasta cortes específicos de canciones para distinguirse unos de otros.

En este sentido, me atrevo a sugerir que los sonideros fueron también emprendedores culturales autodidactas, técnicos de audio, poetas populares y cronistas de la noche. La figura del sonidero no es una simple prolongación del DJ moderno: es un personaje socialmente activo que se apropia del espacio público, de los No Lugares (Marc Augé) y lo convierte en escenario de encuentro, celebración y diálogo. A través de sus parlantes, se dedican a enviar saludos, contar historias y moldear el ánimo colectivo, convirtiéndose en un mediador entre el sonido y la comunidad.

Los sonideros son una subcultura con reglas, valores, símbolos y estéticas propias. La manera en que se baila la cumbia —de forma frontal, individual pero en complicidad con otros—; los códigos de vestimenta (pantalones entallados, camisas estampadas, peinados estrafalarios); el uso del lenguaje popular y la jerga del barrio; las formas de saludo (“para mi carnal el Chino desde la esquina de fuego”, “saludos pa’ la banda del Oso goloso”) son todos elementos que construyen una identidad compartida.

Los Sonideros

En una ciudad fragmentada por la desigualdad, el sonidero representa una forma de apropiarse del espacio público y de generar agencia desde el margen. Las fiestas sonideras no requieren de boletos caros ni clubes exclusivos: se hacen en la calle, en el parque, en la cancha. Y ahí, todos bailan: el niño, el adulto mayor, el adolescente enamorado, la señora que vende tamales y hasta los peladitos de quinta dijeran las abuelas refinadas.

A menudo relegados por los discursos oficiales que privilegian las “altas culturas” de Bordieu o las expresiones con valor de mercado, los sonideros han sido criminalizados bajo pretextos de: ruido, desorden o uso indebido del espacio público. No obstante, desde una mirada cultural inclusiva, el movimiento sonidero representa un aporte fundamental al patrimonio inmaterial de la Ciudad de México, como:

1. Aporte social:

El sonidero es un organizador comunitario. Convoca a la fiesta, también al respeto tienen reglas claras de convivencia, se cuidan los espacios, se protege a los asistentes y se revalora la convivencia intergeneracional.

2. Aporte político:

Sin ser militantes, los sonideros han sido actores de resistencia. Mantener una cultura viva durante más de cinco décadas en condiciones de precariedad, rechazo institucional y persecución policiaca es en sí un acto político. En sus mensajes, saludos y selecciones musicales hay crítica social, orgullo de clase y una fuerte reivindicación del barrio como lugar de vida digna.

3. Aporte a la identidad cultural:

Los sonideros son un espejo donde se mira el México mestizo, migrante, popular y festivo. Han creado redes con Colombia, con Nueva York, con Los Ángeles. En cada tornamesa, se cruzan geografías y afectos. Son un archivo viviente de la diáspora latina, una forma de trazar cartografías de la memoria, simbólicas y culturales desde el sur de la ciudad hasta la costa caribeña.

¿Qué representan los sonideros hoy?

• La revalorización del espacio público como territorio cultural.
• La resistencia estética de lo popular ante el embate de lo comercial.
• La memoria del barrio como fuente de orgullo, nunca de vergüenza.
• La capacidad de agencia de las clases populares para producir su propia identidad
cultural.

No todo es celebración. Los sonideros enfrentan hoy desafíos complejos:
• La criminalización y regulación excesiva por parte de alcaldías y cuerpos policiacos.
• La gentrificación, que expulsa las fiestas populares de los barrios tradicionales.
• La competencia con el espectáculo corporativo, que amenaza con absorber su autenticidad.
• La necesidad de reconocimiento patrimonial, que aún no llega de manera formal, a pesar de los múltiples intentos por proteger esta tradición como parte del patrimonio cultural inmaterial de la ciudad.

Los Sonideros

La comunidad sonidera ha demostrado ser resiliente. Se han organizado para documentar su historia, han creado festivales como Gran Baile de Sonideras y Sonideros en el Zócalo de la Ciudad de México desde el año 2023 o el Festival de la Cumbia en Iztapalapa, y han logrado que empiecen a mirarlos con otros ojos, ellos en sí no son una moda ni un ruido molesto son: ¡Cultura Viva, Memoria Colectiva!

Son testimonio de cómo las comunidades crean belleza con lo que tienen, cómo resignifican el dolor con música y cómo organizan su alegría en medio del caos urbano. Son una escuela de vida donde se aprende a saludar con respeto, a bailar con humildad y a escuchar con el alma, porque mientras haya una bocina en la banqueta, un saludo en el micrófono:

“Ya llegamos Barrio o o o o o…” y una cumbia sonando seguirán diciendo que están vivos.

Y eso, en un México profundo que a veces olvida a su gente, ya es mucho decir.

*Catedrática e Investigadora de Patrimonio Cultural

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