Nacional

Ni el primero ni el tercero, no ha habido informes de gobierno

Ni el primero ni el tercero, no ha habido informes de gobierno

Por Ángel Dorrego.- El primero de este mes, el presidente de la república, Andrés Manuel López Obrador rindió su primer informe de gobierno según el mandato constitucional. Sin embargo, el titular del poder ejecutivo de nuestra nación lo presentó como el tercero, ya que considera que es la tercera vez que hace un recuento del trabajo del gobierno que encabeza. Como se ha hecho costumbre en este siglo, el documento formal que se le debe presentar al Congreso de la Unión fue entregado por la secretaria de gobernación, Olga Sánchez Cordero, mientras que López Obrador dirigió en otra parte su mensaje a la nación. Porque eso no fue un informe, fue seguir con la inercia institucional de los tres presidentes anteriores.
Como usted seguramente sabrá, ya que alguna vez en su vida se le habrá pedido elaborar un informe de sus actividades, dicho documento o presentación se hace con la intención de informar a una persona o grupo acerca de las actividades que se realizaron y cuáles fueron los resultados de éstas. A los estudiantes se les pide entre sus tareas informes de actividades. Ahí tienen que describir qué fue lo que hicieron en una situación determinada, cómo lo hicieron y cuáles son las observaciones que pudieron concretar al completar su experiencia. Si entregaran ésta última parte sin desarrollar lo anterior, se les reprobaría al no quedar claro si realizaron la actividad en primer lugar, ya que parecería que sólo llenaron el reporte. Pero nuestro presidente puede hacer valoraciones sin basarse en evidencias concretas.
Si usted ha trabajado en una oficina, es probable que en algún momento se le haya requerido a usted o al área en la que labora que presenten un informe de avances o resultados. Entonces ha visto que lo que se hace es enumerar las ventas o los servicios que se han prestado, así como los ingresos y egresos que se han ejecutado con el fin de determinar la eficiencia y eficacia de su trabajo. Al final es muy probable que todo esto derive en una serie de tablas estadísticas que permitan cuantificar el estado de operación de su actividad. Pero si usted presenta sólo actividades intangibles sin concretar en resultados fehacientes, sus empleadores desconfiaran mucho de usted. Pero al presidente le permitimos informar según su propio criterio de lo que se ha avanzado. A lo mejor los números arábigos son muy neoliberales. Y si usted ha trabajado en un proyecto de investigación sabrá que los informes que presente deberán estar basados en el grado de avance con respecto a los entregables finales en un cronograma de actividades. Si usted está desfasado de los tiempos del cronograma o el porcentaje de avance no corresponde a la cantidad de actividades realizadas o de recursos utilizados, entonces el destino de la investigación pendería de un hilo. Pero para eso hay que tener un plan, y no parece que el informe presidencial esté empatando la información de las labores de gobierno con respecto a índices desarrollados en ningún lado.
Entonces, ¿qué esperamos de un informe de gobierno? Esperamos que el titular del poder ejecutivo, máximo directivo de la administración pública federal, nos reporte las actividades que se han desarrollado en rubros específicos y el grado de avance que esto representa tanto para el país como en contraste con su propio plan de acción. ¿Por qué no lo tenemos? Porque este mecanismo primario de rendición de cuentas ha ido en un desgaste permanente hasta llegar al punto donde sólo se está cumpliendo con un trámite sin dejar un mecanismo real que permita observar el desempeño de una administración compuesta por miles de personas. Si bien esto no es responsabilidad directa de origen del actual gobierno, no parecen incómodos con la inercia como está.
En el siglo pasado, comenzada la época de los periodos sexenales para el ejercicio del poder ejecutivo, el informe de gobierno era un largo y aburrido recuento de acciones de gobierno. Este se leía completo, por lo menos en su resumen ejecutivo, a los miembros del Congreso de la Unión congregados en la cámara baja. Sin embargo, estos últimos pertenecían de forma aplastantemente mayoritaria al Partido Revolucionario Institucional (PRI), al igual que el presidente. Y en muchos casos su posición y carrera política dependía directamente de él. Por lo tanto, con el tiempo este ritual de la política mexicana fue degenerando en un día de aplausos a todo lo que dijera el presidente que hizo. Hasta el punto de volverse una especie de “día del presidente” donde se transmitía hasta el recorrido del ejecutivo en turno saludando desde un automóvil a la gente a su paso, con banda presidencial colocada, entre otras parafernalias como mantas y confeti. El aplauso de un sobajado y dependiente legislativo estaba asegurado. Sin embargo, este proceso se volvió cada vez más ríspido conforme la oposición logró ganar mayores espacios en el poder legislativo, ya que el presidente era vilipendiado a gritos por sus opositores, además de que se pusieron creativos para llevar mantas y disfraces para apoyar su protesta. Esto llegó a su límite con el cambio de siglo y de partido en el poder. Vicente Fox, presidente originario del Partido Acción Nacional (PAN), decidió dejar de hacerlo al encontrar un congreso abiertamente hostil después de tratar de quitarle el fuero constitucional al entonces Jefe de Gobierno del Distrito Federal, o sea, el propio López Obrador. Entonces sólo envío el documento según lo dictan las disposiciones legales, dio un mensaje a la nación en un recinto alterno y listo. Esta es la costumbre que seguimos a la fecha, lo cual es cómodo para cualquier gobierno, ya que evita tener que pararse frente a la oposición en su cuerpo representativo más directo, como lo es el poder legislativo.
¿Qué perdimos con esto? Un mecanismo de rendición de cuentas que pone a prueba la civilidad de nuestra clase política al obligarla a convivir en una ceremonia que permita definir el estado de salud de nuestra vida republicana, donde un poder le rinde cuentas a otro que le sirve como contrapeso de sus acciones, previniendo el abuso de poder y abriendo el debate acerca del impacto de las acciones realizadas en el marco de una coexistencia institucional sana. En democracias con mayor desarrollo y eficiencia que la nuestra, el poder ejecutivo acude a informar al legislativo que tiene la oportunidad ya sea de hacer posicionamientos a posteriori, o incluso a preguntar de forma directa al presidente o primer ministro acerca de asuntos y resultados específicos. Para esto ambas partes se ven obligadas a demostrar la civilidad necesaria para que los planteamientos se mantengan en el diálogo propio de la política, y no a los gritos y agitación de la simple propaganda, cosa que suele ser mal vista tanto por la clase política local como por el electorado.
Me parece que se ha desperdiciado una magnífica oportunidad de empezar a reformar este mecanismo para llevarlo a una ceremonia republicana que represente la fortaleza institucional del país. López Obrador tuvo la ventaja de tener un congreso con la mayoría absoluta de su partido político, el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), con lo cual pudo hacer un evento que representará su vocación democrática y republicana, en vez de hablarle a ese ente difuso que es el pueblo, pero donde en la grada sólo aparecen afines al líder. Eso se parece a tres regímenes distintos a la democracia, que es lo que se supone que somos. Pudo darle la cara a la nación para demostrar de forma contundente por qué su ejercicio de gobierno es más eficiente que el de sus antecesores que denosta casi todos los días. Pero no, lo que tenemos es un mensaje donde los temas más sensibles se miden con intangibles que derivan en verbos como promover, aumentar, coadyuvar, entre otros sacados del diccionario del burócrata que no quiere que le midan su trabajo, o que le acepten cualquier acción como cumplimiento de metas. Esto, como ha pasado ya por tres lustros, no fue un informe de gobierno, ha sido sólo una continuación del diario discurso de un manejo de un país sin muchas claridades en el rumbo a seguir. Por eso me gustaría que alguna vez el presidente nos presente su primer informe de gobierno.

Educación

Por Ángel Dorrego

Analista, consultor y asesor político. Especializado en temas de seguridad y protección civil. Licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública por la Universidad Nacional Autónoma de México, Maestro en Estudios en Relaciones Internacionales también por la UNAM. Cuenta con experiencia como asesor de evaluación educativa en México y el extranjero, funcionario público de protección civil y consultor para iniciativas legislativas.
Correo para el público: adorregor@gmail.com

Foto Forbes México