Nuestra clase política sólo mira al pasado: Ángel Dorrego
Nuestra clase política sólo mira al pasado
Por Ángel Dorrego.- El mundo está cambiando, como siempre. A los retos que tenemos como sociedad y como nación se le van agregando nuevos desafíos emanados del cada vez más acelerado cambio tecnológico, la mayor interacción de información a nivel global y los cambios en las cadenas económicas por eficientización de la producción; a la vez que nos encontramos con recursos naturales cada vez más escasos. Esto debería derivarse en que nuestra clase política estuviera adaptando la operación de los instrumentos del estado para adquirir la capacidad de utilizar nuestras potencialidades de forma racional al tiempo que transformamos nuestra estructura social a los esquemas económicos y sociales emergentes. Pero en lugar de eso, lo que tenemos es la lucha entre liberales y conservadores, eficiencia y utopía, o entre valores y descomposición social. O sea, nuestra clase política sigue estancada en nuestras batallas del pasado, incapaz de entender el contexto actual hasta reconciliarse con su propia interpretación de hechos anteriores.
Los cambios a través de la tecnología del esquema económico global no sólo nos han alcanzado, sino que ya están insertos en nuestra vida cotidiana; y mientras nos adaptamos con tremenda dificultad, estamos completamente desprovistos para el siguiente cambio venidero. Por poner sólo un par de ejemplos, se puede mencionar que las aplicaciones electrónicas han comenzado a abarcar mercados que se creía tenían mecanismos suficientes para su regulación. Como con los taxis, que se encuentran regulados por los gobiernos locales para que su actividad aporte al erario al mismo tiempo que se vigila que su tarifa y servicios cubran una serie de estándares. Pero aparecen las aplicaciones que ofrecen un servicio parecido, pero con ventajas más ad hoc con las necesidades del usuario del siglo XXI. Exactamente lo mismo está pasando con la competencia entre los hoteles como los conocemos hasta hoy y las aplicaciones para rentar una propiedad por periodos breves de tiempo.
Estos cambios no sólo abarcan a sectores y actividades específicas, sino que han logrado imbuirse en nuestras vidas a partir de patrones de consumo, pautas de comportamiento y formas de relacionarse con otras personas. Si antes un par de individuos decidían pasar tiempo juntos es probable que tomaran un taxi en la calle, fueran al cine y después cenaran algo en un restaurante cercano. Hoy es posible que, desde un domicilio, vean la película en un servicio de streaming, pidan comida por la aplicación y la persona visitante se retire a la hora que le plazca pidiendo un transporte desde su celular. No estamos hablando de novedades, pues ya tenemos la primera generación adulta que ni siquiera conoció el primer esquema.
Entonces, lo que se debería debatir y determinar en la clase política tendría que pasar por cuestionamientos como: ¿cómo se deben tasar y fiscalizar los servicios por aplicación con respecto con su competencia en el mercado tradicional? ¿Se les debe imponer impuestos al consumo o al ingreso? ¿Se puede mantener el mercado tradicional y vale la pena ante las nuevas ofertas? ¿Cómo insertar a los sectores rezagados en las tecnologías persistentes con el fin de una exitosa integración en el ciclo económico? ¿Qué nuevos esquemas de seguridad pública se deben implementar para proteger a los usuarios de nuevas tecnologías de los escollos que está encontrando la delincuencia en su utilización? ¿Existen factores de riesgo a la salud a largo plazo con nuestros actuales hábitos? ¿Cómo hacer que nuestro modelo educativo integre orgánicamente las nuevas herramientas a la enseñanza a pesar del atraso magisterial? Y las preguntas pueden seguir hasta donde a usted le dé el ingenio. Pero la verdadera pregunta es ¿alguien está tratando de responder estos cuestionamientos en nuestra clase política? No sólo parece que no, sino que ni siquiera tienen estos desafíos en cuenta dentro de sus procesos más elementales de toma de decisión.
Porque parece que todas las facciones políticas en nuestro país están más preocupadas por reivindicar elementos del pasado que en implementar esquemas hacia el futuro. En el partido que se encuentra actualmente detentando el poder ejecutivo federal, el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), parecen vivir en las anécdotas históricas del presidente, Andrés Manuel López Obrador. Éste suele referirse a sus opositores como conservadores por el sólo hecho de oponerse a lo que él argumenta que son cambios en la vida política del país. Son tan conservadores como los adictos a Maximiliano por criticar las decisiones presidenciales, mientras que el inquilino del Palacio Nacional es liberal por causas desconocidas, ya que no suele mostrarse amigable con las luchas sociales del siglo XXI, como la ecología o la inclusión más allá de los roles tradicionales de género. Al contrario, sus proyectos parecen sacados de los planes de Porfirio Díaz: riqueza a través del petróleo e impulso económico a través de las comunicaciones por tren.
Sin embargo, la oposición tampoco se distingue por su frescura de ideas, lo que los hace cada vez menos atractivos para el electorado, que sí siente los cambios todos los días. El Partido Revolucionario Institucional (PRI), parece perdido en la búsqueda de un hombre fuerte capaz de tomar las riendas de la institución y del país en nombre del progreso integrando a todas las fuerzas políticas capaces de sumarse al proyecto a cambio de una canonjía. Esto fue algo que Plutarco Elías Calles leyó muy bien de las circunstancias de su tiempo. Pero eso fue hace casi un siglo. Tal vez cuando encuentren esa fuerza y decisión del otrora partido hegemónico, ya nadie lo esté siguiendo. Mientras tanto, el Partido Acción Nacional (PAN) sigue respondiendo de forma reactiva a casi todo lo que diga el presidente, encontrándose más de un despropósito o desatino de alguno de sus miembros. De propuestas a futuro, sólo lo contrario de lo que diga el ejecutivo federal o una repetición de cosas que ya hicieron como gobierno sin el éxito esperado. Esto a la vez que las fuerzas políticas restantes tratan de articular, ya no digamos una propuesta política, sino un amasijo suficiente de figuras públicas que los salven de la desaparición a pesar de desgarrar cualquier cuadro de principios ideológicos.
Es por eso que el debate político en México sucede la mayor parte del tiempo en las reacciones hacia los dichos o hechos del gobierno federal, se debate acerca de los modos válidos de ejercer la autoridad política y de cómo ha afectado nuestro presente lo que pasó en ejercicios gubernamentales pasados. Si bien estas revisiones son sanas y necesarias, es completamente improductivo que acaparen la arena pública en detrimento de temas que ya no son prospectivos ni apremiantes, sino parte de la nueva cotidianidad en un mundo que registra el cambio tan rápido como irrumpen nuevas herramientas tecnológicas en nuestra forma de relacionarnos como seres sociales. Pero nuestra clase política se encuentra sumamente preocupada en la predicación de comportamientos morales sin hacer ejercicios prospectivos que permitan al estado mexicano adaptarse a nuevas circunstancias a través de cálculos que incluyan propuestas que permitan aprovechar las potencialidades del país. Porque parece que estamos más preocupados por ganar la Independencia, la Reforma y la Revolución.
Analista, consultor y asesor político. Especializado en temas de seguridad y protección civil. Licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública por la Universidad Nacional Autónoma de México, Maestro en Estudios en Relaciones Internacionales también por la UNAM. Cuenta con experiencia como asesor de evaluación educativa en México y el extranjero, funcionario público de protección civil y consultor para iniciativas legislativas.
Correo para el público: adorregor@gmail.com
Foto Rosario Piedra toma protesta Gaceta Mx