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Primero hay que determinar para qué queremos que la economía crezca

Por Ángel Dorrego.- Primero hay que determinar para qué queremos que la economía crezca

Ángel Dorrego.- Los resultados económicos de México en los dos primeros trimestres del año no son halagadores. Durante el primero, el producto interno bruto (PIB) sólo aumentó en un 0.1%, mientras que en el segundo no hubo aumento. Esto sencillamente quiere decir que no estamos creciendo, o sea, que los recursos disponibles devenidos de la producción económica del país son los mismos. En términos reales esto es malo para las personas que viven de su trabajo, ya que significa que hay lo mismo para repartir incluso cuando la población aumenta y una generación completa se está tratando de integrar al mercado laboral. Existen factores externos para esto, como es la delicada situación mundial de incertidumbre que vive la inversión ante los conflictos comerciales entre los Estados Unidos y China, que juntos acaparan aproximadamente la mitad del PIB mundial. También internos, como la reducción del gasto público que disminuye la posibilidad de la iniciativa privada de vender sus productos y servicios al mayor comprador que tiene un país, o sea, su propio gobierno. Aunque el crecimiento económico nos otorga un parámetro para medir la eficacia en el desempeño de la economía nacional, no existe sólo un modelo para lograr que esto pase. Existen varios que se han probado y desaprobado a lo largo de la historia, así como una serie de corrientes de pensamiento económico que tienen su propia interpretación de por qué unas cosas funcionan y otras no. Sin meternos de lleno en el debate que llevan los doctos de la ciencia económica, sí es importante saber que distintos modelos de desarrollo económico llevan sus propias ventajas y desventajas, además de que parece que ninguno funciona de manera pura por periodos largos de tiempo, ya que al resolver un problema crean otro al pasar de los años, lo cual es básicamente la esencia de cualquier decisión en el campo de la política: lo que se decida a favor de alguien en un lugar va a perjudicar a alguien más en otro, además de que todas las alternativas conllevan sus propios costos económicos, sociales y políticos.

A reserva de todas las ramas que se pudiesen analizar, menciono muy básica y someramente tres para ubica algunas diferencias sustantivas: primero estuvo la economía clásica capitalista, que es básicamente lo que hoy llamamos neoliberalismo. Sostiene que, para que la riqueza se reproduzca, es necesario que exista plena libertad de los actores económicos para producir con la menor cantidad de aranceles posibles, así como eliminar aquella tributación destinada al comercio. Así, será más fácil invertir para los poseedores de capital, lo que generará empleos, lo que derivará que la gente tenga el poder adquisitivo para hacerse de productos que otros estén produciendo, mientras que los precios los determinará la libre oferta y demanda de los mismos, regulando el ciclo económico por una mano invisible, por lo cual es innecesario que el gobierno participe mucho en la política económica. Por lo tanto, es muy útil para generar rápido crecimiento económico, ya que se detona la inversión, la producción y el comercio. Su defecto es que la mayor parte de esta bonanza se queda con la gente que invirtió, mientras que las ganancias para la clase trabajadora se estancan y, por lo tanto, se crea una brecha entre la gente que cada vez es más rica y los que, salvo por mínimas excepciones, se mantendrán en la parte baja de la escala social.

Su contraparte histórica es el socialismo que, a pesar de lo que le dicen en las burdas cadenas de mensajes en su teléfono celular, no se trata de repartir la riqueza entre todos, trabajen o no. En realidad se trata de que la propiedad de los medios de producción se reparta entre todos aquellos que van a laborar en ellos con el fin de que las ganancias de la venta de un producto determinado se repartan de manera equitativa entre los que participaron, a diferencia del capitalismo clásico, donde la mayor parte de la plusvalía se queda en manos del inversionista. Si bien es una idea muy atractiva, puesta en la práctica provoca severos desequilibrios entre la producción y el consumo, haciendo que el gobierno termine dictando la política económica del país sin ningún margen de error, pues la catástrofe puede llegar a niveles donde no se produce algún insumo que es fundamental para la supervivencia de una determinada comunidad. Hasta la fecha, todos los que intentaron este modelo fracasaron.

La tercera opción es la que llamaremos del estado de bienestar, que es una versión capitalista en la cual la participación del gobierno se vuelve mucho más directa con el fin de resolver los problemas del primer modelo, ya que donde se encuentra que el crecimiento económico sólo se está quedando en los percentiles más altos de la sociedad, se ingresa la participación del aparato del Estado para que, a través de los aranceles que le cobra a la parte más beneficiada (lo que los hace invertir menos) instaura una serie de apoyos para aquellos menos favorecidos, normalmente en las áreas de educación y servicios de salud, entre una amplia serie de apoyos tanto a la producción como a los consumidores. La desventaja es que, después de un tiempo, la economía se estanca y el gobierno termina pagando más apoyos y servicios a sus ciudadanos que los que su recaudación fiscal le permite.
México en el siglo pasado optó por este último modelo prácticamente después de la crisis económica mundial de 1929, como la mayor parte del hemisferio occidental, y supo adaptarse de manera exitosa a la economía internacional durante la Segunda Guerra Mundial detonando lo que se denominó como el “milagro mexicano”, en el cual nuestro país rondaba el 6% de crecimiento anual del PIB. Sin embargo, para los años setenta nos encontrábamos con una economía cerrada en la cual la producción se estancó tecnológicamente y la inversión nacional había alcanzado sus límites. Como la mayoría de las economías, el gobierno gastaba mucho más de lo que ingresaba, al grado de endeudarse más allá de la posibilidad de pago sin afectaciones a otras áreas del presupuesto. Y como la mayoría, acudimos al modelo neoliberal para reducir el tamaño de los servicios gubernamentales, eliminamos aranceles y barreras comerciales, y se saneó el gasto público. Después de tres décadas estamos sufriendo las consecuencias de las brechas económicas y sociales que mencionamos antes.

Lo importante de entender esto radica en que el progreso de un país no se mide solamente por el avance del tamaño de su economía, o sea, el PIB por sí mismo, sino que es igual de importante determinar cómo se quiere crecer para paliar los desafíos más importantes y urgentes que se tienen en una sociedad determinada. Para hacer eso es necesario determinar cuáles son los sectores sociales que se quiere beneficiar y cómo se paliaran los efectos de aquellos que se vean afectados por el paradigma; planear una política industrial y comercial que fomente los sectores en los cuales se tienen que apuntalar recursos y apoyos; alinear con esto a la política educativa y el desarrollo científico y tecnológico con el objetivo de tener recursos humanos capaces de insertarse, crecer y hacer crecer el mercado laboral. Si no se determina todo eso, el PIB simplemente no va a crecer, y si crece, no será por obra del gobierno y muy probablemente tampoco para el beneficio de nuestra sociedad en su conjunto. Es uno de los puntos clave en que la cuarta transformación tendría que decirnos en qué nos estamos transformando, si es que nos vamos a transformar en algo, para que todos sepamos en qué terreno estamos parados y podamos participar del progreso. Si Marx, figura histórica de la izquierda, sostenía que los valores de una sociedad se creaban a partir de su sistema económico, no de sus creencias morales, entonces espero que haya un modelo económico en lugar de una cartilla de principios de comportamiento.

Educación

Por Ángel Dorrego

Analista, consultor y asesor político. Especializado en temas de seguridad y protección civil. Licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública por la Universidad Nacional Autónoma de México, Maestro en Estudios en Relaciones Internacionales también por la UNAM. Cuenta con experiencia como asesor de evaluación educativa en México y el extranjero, funcionario público de protección civil y consultor para iniciativas legislativas.
Correo para el público: adorregor@gmail.com

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