Venezuela, dos presidentes y un desgobierno
Dos presidentes, dos parlamentos, uno presidido por Guaidó y otro chavista, conviven en un mismo edificio. En su interior, los diputados dan la sensación de una normalidad que no existe.
En Venezuela hay dos presidentes, dos universos paralelos separados por 45 pasos. El acceso al hemiciclo parlamentario, epicentro de la Asamblea Nacional (que fue declarada en desacato por el chavismo en 2017), es un trajín. Un ir y venir de diputados, periodistas, invitados que suben y bajan a los palcos sin mayores complicaciones. Desde la puerta se puede ver el salón de enfrente, el protocolar, donde en unas horas se celebrará la sesión de la Asamblea Nacional Constituyente, el órgano creado por el chavismo para desoír el Parlamento. Acceder es una quimera. Al acercarse a la entrada, un hombre con detector de metales observa desde un lateral, mientras una mujer, también con detector, espera en la puerta. Junto a ella, dos guardias nacionales impiden el paso.
—No se puede pasar sin acreditación.
—¿Quién da las acreditaciones?
—Mi comandante —dice apuntando con la mirada a la salida.
Todo en Venezuela parece pasar por un comandante, aunque en esta ocasión no se trata expresamente de El Comandante, el omnipresente Hugo Chávez, cuya imagen o nombre se percibe, se quiera o no, constantemente a lo largo del día.
La puerta para acceder al edificio de ambas asambleas es la misma. Hasta que se cruza y unos optan por ir a uno u otro lado, nada indica que haya una división. En el patio, a eso de las dos de la tarde, todos conviven, sin mucho compadreo, en un espacio reducido. “En algún momento tendremos que trabajar en el mismo lugar”, concede un diputado opositor. Los constituyentes chavistas rehúyen, prefieren no hablar, responden cuando se les interpela y se quejan de que la prensa internacional, la española, este diario, claro, tergiversa todo lo que ellos dicen.
Venezuela es un país desgobernado con dos presidentes. Desde el 23 de enero, la Asamblea Nacional, el Parlamento elegido en 2015 tras la abrumadora victoria de la oposición en las últimas elecciones legislativas, busca reafirmar el poder logrado en las urnas en torno a la figura de Juan Guaidó. Sobre el dirigente de Voluntad Popular, que tomó juramento hace dos semanas como presidente interino, pivota toda la estrategia de los críticos con Nicolás Maduro. Su presencia copa la atención y hay no pocos que quieren ver en él una suerte de Obama caribeño, en el físico, en los gestos, en el carisma. Guaidó ha logrado algo que la oposición había perdido y que el chavismo hace tiempo que no genera: esperanza.
Es martes 5 de febrero. Guaidó acaba de reunirse con un grupo de exministros de Chávez en su oficina del Parlamento y su llegada al hemiciclo está acompañada de una maraña de prensa. La expectación es grande también dentro. Antes de sentarse a presidir la sesión, conversa en el estrado. Se le acercan constantemente diputados a saludarlo, le piden selfis. En los palcos, más de lo mismo: “Échame una foto aquí con Juan al fondo”, se escucha. Ya sentado, el presidente de la Asamblea otea a los presentes, sonríe y hace gestos cuando reconoce una cara que le es familiar.
La sesión, prevista para las 10, arranca con más de dos horas de retraso. El primero en tomar la palabra es el veterano opositor Henry Ramos Allup, líder de Acción Democrática, quien advierte de que en unas horas, en la Constituyente, es decir, en el salón de enfrente, el chavismo va a disolver la Asamblea Nacional y convocar elecciones parlamentarias. Es el runrún del día. Supondría agudizar aún más el conflicto. En Venezuela siempre hay un paso más para la degradación de la crisis. Ramos Allup pide a los diputados estar vigilantes, como si pudieran hacer algo para impedirlo.
Los diputados dan una sensación de normalidad que no es tal. El orden del día se cumple sin mayores problemas: una ley que sienta las bases para una hipotética transición democrática, la estrategia para recibir la ayuda humanitaria que llega a la frontera y el rechazo a cualquier diálogo o grupo de contacto —en referencia a la Unión Europea— que “alargue el sufrimiento del pueblo”. “¡Aprobado!”, repite Guaidó en cada punto mientras golpea un timbre y levanta la mano.
Durante un tiempo, la sesión coincide con la de los rivales del salón de enfrente. En ambas —la chavista hay que seguirla por televisión— se siente más la necesidad de alimentar expectativas y cerrar filas que la concreción de planes. Presidida por Diosdado Cabello y retratos de Chávez y Bolívar, que los críticos con Maduro sacaron del hemiciclo en enero de 2016, la Constituyente es un compendio de arengas. Como la de Euclides Campos, que rememora la figura de Chávez y la trascendencia que tuvo el 4 de febrero, el intento de golpe de hace 27 años que, según recordaron varios participantes, marcó un antes y un después en la historia reciente de Venezuela.
El chavista Frang Morales, parapetado tras una boina roja y un brazalete con la bandera venezolana, promete —y lo logra— “resumir 27 años de historia en cinco minutos”. Aquí más que programas de gobierno se desgranan recuerdos: “Cuando uno sube a este pódium siente emoción. Cuando veo el rostro de todas estas mujeres y hombres veo la sonrisa de mi comandante Chávez, que tanto amó a su pueblo”, asegura Morales. En vez del “¡aprobado!” de Guaidó, toca insuflar chavismo.
—¡Que viva Chávez!
—¡Viva!
—¡Que viva Maduro!
—¡Viva!
—-¡Independencia y Patria Socialista!
—¡Viviremos y venceremos!
Pasan las horas hasta que Cabello se lanza a hablar de elecciones. No las va a convocar de momento. Primero, anuncia que se creará una comisión para realizar una consulta popular. Y así contentar a la oposición, dice, aunque los de enfrente reclaman presidenciales con garantías democráticas. Cabello no esconde el menosprecio hacia la oposición y su nuevo líder. “El auto….”, dice sobre Guaidó. “Uno pierde el tiempo en esta vida”, comenta con sorna. Recuerda a los constituyentes que el presidente de la Asamblea Nacional le dijo que estaría dispuesto a todo. Y Cabello, de nuevo, le desafía: “Mire, señor Guaidó, usted no ha escuchado el silbido de una bala cerca. No sabe qué se siente cuando una bala pega a tres centímetros de donde está usted. No tiene la más mínima idea. Los soldados nos entrenamos para eso”.
Por: Javier Lafuente
Corresponsal y delegado en México, Centroamérica y Caribe | Antes estuve por Colombia, Región Andina y Venezuela