Acabar con el neoliberalismo desde un país en desarrollo
Acabar con el neoliberalismo desde un país en desarrollo
Por Ángel Dorrego.– Para nadie es un secreto que la causa favorita del presidente de la república, Andrés Manuel López Obrador, para explicar todos los problemas del país es el neoliberalismo. En su visión de la historia de México califica a los sexenios subsecuentes al de Miguel De La Madrid (1982-1988) hasta el de Enrique Peña Nieto (2012-2018) como la etapa neoliberal de nuestra historia moderna. Y las acusaciones van desde las obvias y probadas, como el crecimiento de los niveles de desigualdad económica entre sectores de la sociedad, hasta unas mucho más aventuradas y hasta el momento sin conceso en la comprobación, como culparlo de la violencia machista, cuando el movimiento feminista claramente menciona que éste es un problema de siglos proveniente de los orígenes de nuestra conformación comunitaria. El gobierno del presidente, según su propio discurso, acabará con esa etapa de injusticias transformando nuestro sistema político, económico y social en algo diferente, porque nunca ha mostrado cómo sería el nuevo esquema.
Recientemente mencionó en una de sus conferencias de prensa matutinas que habría que pensar en soluciones diferentes para crear nuevos esquemas que sustituyan al neoliberalismo que sólo fomentó la ambición y el individualismo, haciendo que se busque el incesante crecimiento económico sin ayudar en lo espiritual. La pregunta fue acerca de las previsiones de crecimiento (o decrecimiento, en este caso) para este año. En primer lugar, creo que ya existe en el panorama global ideas que buscan, si no acabar con el sistema, corregirlo para que los recursos disponibles tengan una mayor racionalidad en el reparto; pero, aun así, no existe un movimiento ideológico que haya integrado dichos planteamientos de forma coherente. Habemos los que esperamos que los políticos desde sus campañas nos muestren soluciones a los problemas nacionales a través de planes que devengan en programas de gobierno (o políticas públicas, para los iniciados más jóvenes), en lugar de que, ya en el gobierno, busquen soluciones que cumplan de algún modo las incómodas promesas de campaña.
Y segundo, y mucho más importante, es que no se puede acabar con el neoliberalismo desde un solo país, y un intento tan arriesgado tendría que estar liderado por una potencia hegemónica. No porque sea lo recomendable ni porque sea lo mejor que podría pasar, sino porque ésa es la manera en que suceden los cambios en los modelos económicos mundiales, por lo menos hasta ahora. Pensar que un solo país, que además es una economía en desarrollo (eufemismo moderno para los países subdesarrollados), pueda cambiar su sistema económico sin romper los circuitos que lo tienen conectado a la economía global, y así generar mejores niveles de vida para los ciudadanos que ya no sabrán a quién venderle los productos frutos de su trabajo, o puedan carecer de los insumos para generarlos en primer lugar.
Y no es que hayan faltado los intentos, líderes africanos y algunos asiáticos han tratado de romper de tajo para volver a un supuesto pasado mejor, logrando sólo agudizar la pobreza de un pueblo que no produce lo que necesita ni vende a los demás lo que quieren; hasta mandatarios sudamericanos que desafiaron la economía global para terminarse sus excedentes en patrocinar proyectos improductivos. Por ejemplo, en Ecuador, el ex presidente Rafael Correa creó una nueva constitución donde le otorgaba a sus ciudadanos una amplia gama de derechos a costa del presupuesto gubernamental, inaugurando un gobierno que él decía que era de izquierda, en el cual se rompía con el neoliberalismo para crear una nueva “civilización” con mayor conciencia de la explotación de los recursos para no buscar riquezas desenfrenadas, y así tener una relación mucho más racional con la Pachamama (madre tierra). Después de dar una cantidad enorme de empleos en el gobierno que desangraron las arcas públicas, pues la base fiscal del sector productivo no podía sostener tanta burocracia, se vio obligado a sacar petróleo de reservas ecológicas que prometió proteger. Ecuador está endeudado y sigue recortando todo lo posible para pagar por el dispendio.
Lo que hay que entender, es que si bien el neoliberalismo en algún punto del futuro puede ser una etapa histórica, en su momento fue la solución (no sabemos si necesariamente la mejor) a los problemas que se generaron en el modelo anterior. El mundo occidental, después de la Segunda Guerra Mundial, se organizó en un sistema económico llamado Estado de Bienestar. En éste, el eje rector de la economía eral el gobierno, el cual tenía injerencia directa en la economía nacional, ya que dictaba el tipo de cambio, los precios de los productos, tasaban las exportaciones y llegaban a tener industrias productivas, además de tratar de otorgar servicios públicos universales de salud y educación. Obviamente esto variaba de país en país, pero la idea era tener economías cerradas, o sea, que incentivan el consumo interno sobre la importación, para así crecer la industria local. En el caso de México, se sustituyó importaciones, se nacionalizó empresas productivas y se dictaban las políticas económicas desde el gobierno. Este esquema sirvió en mucho para paliar rezagos sociales y otorgarle derechos a cada vez más personas. Hasta que ya no hubo con qué.
Para los años setenta del siglo pasado, vino un quiebre de la economía global derivado, en una explicación simplificante, a que los países estaban gastando más de lo que producían, y habían cubierto ese déficit endeudándose, y ahora muchos debían más de lo que podían pagar, además de que el crecimiento económico se había estancado debido a que no se podían desarrollar más en países con fronteras confinadas para el comercio. Es entonces que llegó el neoliberalismo sustentado en los planteamientos económicos del clásico Adam Smith, así como algunos de sus seguidores más modernos, como Hayek; pero sobre todo, en el liderazgo de Estados Unidos e Inglaterra con los gobiernos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, respectivamente. México, que se ahogó en deudas después de las administraciones de Echeverría y López Portillo, recibió este modelo que se consolidó en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari. Esto se logró a través de cambios de fondo en el esquema económico de nuestro país: el gobierno vendió la mayor parte de las empresas que le pertenecían al estado (como Teléfonos de México, que se convirtió en empresa privada sin competencia; o Imevisión, que se convirtió en TvAzteca), se liberó el precio del dólar a libre fluctuación y se estableció el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) para aprovechar los mercados de Estados Unidos y Canadá a la vez que se daba acceso sin aranceles a sus productos para los consumidores mexicanos.
En este momento es muy difícil sostener que el modelo neoliberal funciona. Sus contradicciones internas nos han alcanzado, como lo predijeron Hobsbawm o Wallerstein. El problema es que no existen modelos alternativos, pero sí muchos intentos de destituirlo por opciones que miran mucho más a un pasado idealizado que a un futuro desafiante. En México, se rechaza en público el modelo neoliberal, pero se sostienen muchos de sus fundamentos principales. Se defendió un tratado de libre comercio con Estados Unidos incluso cuando éste nos cuesta más caro que nunca, pues nos convertimos en la policía migratoria del vecino del norte y tenemos mayor vigilancia del hegemón regional (y mundial). Pero ésta obra de Salinas de Gortari se está defendiendo porque dependemos de ella. Y parece que terminar con la hegemonía del empresariado sólo ha sido un proceso de sustitución de burguesía del viejo régimen por otra burguesía más amiga del nuevo gobierno. Básicamente lo que ha pasado en todos los gobiernos que se han autodenominado como revolucionarios en este siglo.
El resultado final es que el neoliberalismo, de un modo de otro, ha dejado de ser viable por las contradicciones que lo han alcanzado, pero desgraciadamente nos ha atrapado en un momento donde hay muchas voces, bandos irreconciliables y muy pocas ideas. Habrá países que se adapten, como hubo quien utilizó el esquema anterior a su favor. Pensar que será con un intento solitario de México es un despropósito, pues es mucho más factible que nos desacompasemos de los ritmos de la producción mundial sin tener con qué sostener resultados diferentes a la recesión. Como colofón, tenemos una oposición que sueña con una raquítica restauración de un sistema que ha hecho materializarse el hastío que permite elegir la opción diferente, por mala que ésta sea. Habrá que buscar nuevas opciones, como dice el presidente, pero no podremos solos y encerrados en nuestras fronteras. Porque no vale intentar algo para lo que los operadores no tienen certezas técnicas del resultado, por bonito que suene. Ya nos ha pasado.
Por Ángel Dorrego
Analista, consultor y asesor político. Especializado en temas de seguridad y protección civil. Licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública por la Universidad Nacional Autónoma de México, Maestro en Estudios en Relaciones Internacionales también por la UNAM. Cuenta con experiencia como asesor de evaluación educativa en México y el extranjero, funcionario público de protección civil y consultor para iniciativas legislativas.
Twitter: @AngelDorrego
Correo para el público: adorregor@gmail.com
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