Opinión

El avión presidencial no sale ni en rifa: Ángel Dorrego

El avión presidencial no sale ni en rifa: Ángel Dorrego

La semana pasada, el presidente de la república, Andrés Manuel López Obrador, planteó en público durante una de sus conferencias de prensa matutinas la posibilidad de que el avión presidencial termine siendo sorteado ante la ausencia de comprador. Recordemos que un planteamiento de campaña de nuestro actual detentante del poder ejecutivo estribó en vender el avión que se pidió durante el gobierno de Felipe Calderón y que fue entregado para su uso en el de Enrique Peña Nieto, ya que él no pensaba utilizarlo por respeto a la población más pobre de nuestro país, debido a que este medio de transporte era un reflejo del “gobierno rico con pueblo pobre”. A más de un año de gobierno, está saliendo más caro sostener un avión que no se utiliza que, de hecho, hacer uso de él. Han convertido un activo del gobierno en un pasivo.

En primer lugar, hay que señalar que este es uno de los indicios más claros acerca de un gobierno que se mueve más por las ideas que se le ocurren a alguien para resolver un problema sin hacer el análisis necesario para determinar si esto se va a poder instrumentar en la realidad, en lugar de una serie de planes que lleven un eje que permita derivar a los especialistas de las áreas la viabilidad y modo de la operación para lograr los objetivos planteados. En resumen, es una ocurrencia. Ésta, en particular, apareció en un spot televisivo de López Obrador en el que criticaba la suntuosidad de la aeronave y remataba con la frase “no lo tiene ni Obama”, cosa que es bastante cuestionable, ya que el avión presidencial de los Estados Unidos de América (EUA) es más caro y mejor que el nacional en muchos sentidos. Pero la frase caló y fue una de las banderas de campaña, ya que ayudaba a reforzar la imagen de frivolidad y derroche que dejó el gobierno anterior.

Así que inició el sexenio y el presidente López Obrador comenzó a viajar en vuelos comerciales como cualquier ciudadano; mientras que el avión se puso en un hangar, cosa que cuesta una elevada renta, aunado a los gastos de mantenimiento propios de este tipo de vehículos. Pero resulta que el mercado de compradores de aeronaves no es tan amplio y variado como el gobierno mexicano creía. Recordemos que el avión presidencial está hecho con especificaciones particulares para que el jefe de estado pueda viajar y estar comunicado en el aire al mismo tiempo que se presentan comodidades para el descanso, además de hacerse acompañar por los miembros de su gabinete y las comitivas que él decida invitar a sus viajes de trabajo. Además, debe tener dispositivos de seguridad para resguardar la integridad de un jefe de estado. Pues resulta que a las aerolíneas les es inútil por dichas adaptaciones, que tendrían que retirar para su uso comercial, lo que hace que sea más conveniente comprar uno nuevo. Así que las posibilidades se redujeron a otros jefes de estado o millonarios acostumbrados a aparecer en la revista Forbes, pensando en particular en los acaudalados líderes petroleros de Medio Oriente, famosos por sus derroches de opulencia. Pero resulta que esta gente no está dispuesta a compartir su espacio con otras cincuenta personas que no se encuentren directamente a su servicio. Para eso mejor se compran un avión nuevo.

El problema de fondo radica en que el actual gobierno federal mexicano tiene como base de operación una serie de principios que tienen por objetivo determinar cómo debe funcionar un buen gobierno. Pero no específica las etapas, tiempos, procesos, actividades, metas y objetivos de un plan. Como ejemplo está el Plan Nacional de Desarrollo para este sexenio, el cual cuenta con estas taras, ya que ni siquiera coincide con el elaborado por su propia Secretaría de Hacienda al principio de la administración. El problema con moverse únicamente con base en principios es que estos se verán sometidos a la interpretación una vez que choquen con la terca realidad. No por nada el mundo tiene una cantidad incontable de credos religiosos, muchos de ellos derivaciones del mismo origen histórico y los mismos documentos base, solamente interpretados e instrumentados por grupos diferentes de personas. Y lo que puede ser premiado por unos, puede ser castigado por otros que dicen haber hecho una lectura correcta, y viceversa. Por lo tanto, de unos principios básicos puede salir cualquier interpretación acerca de cómo se deben hacer las cosas, lo cual se convierte en un incentivo perverso, ya que le da carta abierta a los operadores del ejercicio del poder para justificar casi cualquier acto. O cualquier ocurrencia.

El problema para los mexicanos en el caso específico que nos atañe es que, muchas veces, las ocurrencias pueden terminar saliendo peor que un mal plan, debido a que en un esquema que organice las acciones a partir de una meta para llegar a un objetivo a través de una serie de procesos permite determinar en qué fase se encuentra el cálculo incorrecto o la deficiente instrumentación, mientras que con las ocurrencias determinarlo se vuelve en una sucesión interminable de culpas propias y ajenas. Y las medidas para corregir lo que no funciona tienen el mismo descontrol que la ocurrencia original. Como pensar que un avión se pudiera vender en una rifa de seis millones de boletos. Ni es buena inversión para el que sí pudiera ocuparlo comprar una amplia serie de boletos, pues podría ser dinero gastado sin beneficio, o pudiera ser una catástrofe para el ciudadano que lo ganara, como señaló pensando en voz alta el propio presidente después de hablar de la idea de la rifa, pues dice que tendrían que ver de que no lo malbarataran, opción que sería la más lógica. Si por algún motivo yo tengo un boleto de la rifa y ganó el avión, lo pienso entregar a la mejor oferta en millones de dólares que tenga en las primeras 24 horas para no pagar ni un día de hangar. Sólo para que lo tengan en cuenta.

El punto de inflexión para este gobierno a partir de dichos eventos estriba, de nuevo, en la interpretación que hagan de ellos. Podrían determinar que cometieron un error y que se necesita buscar la estrategia más efectiva para que tener detenido el avión no termine por ser más oneroso que simplemente seguirlo utilizando llevando en él a todas las comitivas completas de los viajes presidenciales o que representen al poder ejecutivo, desde el Canciller hasta el asistente de camarógrafo del staff gubernamental. O pueden pasarlo por alto como un mal menor entre muchas cosas buenas, y decir que otros lo han hecho peor. Pero lo que no se vale es ir en contra de los propios principios, sobre todo cuando es lo único que se tiene: no es posible tener un pueblo pobre con un gobierno que tira el dinero porque no sabe cómo funciona.

Educación

Por Ángel Dorrego

Analista, consultor y asesor político. Especializado en temas de seguridad y protección civil. Licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública por la Universidad Nacional Autónoma de México, Maestro en Estudios en Relaciones Internacionales también por la UNAM. Cuenta con experiencia como asesor de evaluación educativa en México y el extranjero, funcionario público de protección civil y consultor para iniciativas legislativas.
Correo para el público: adorregor@gmail.com

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