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Tapando el pozo en el atentado escolar de Torreón

Tapando el pozo en el atentado escolar de Torreón

Por Ángel Dorrego.- El viernes 10 de enero la ciudad de Torreón, en el estado de Coahuila, acaparó los titulares de las noticias nacionales, ya que un niño de 11 años que estudiaba el sexto grado de primaria en el Colegio Cervantes hirió con un par de armas de fuego a seis personas, para posteriormente asesinar a su maestra y suicidarse. Un caso escalofriante si se toma en cuenta la baja recurrencia del fenómeno en nuestro país, a diferencia de lo que pasa en los Estados Unidos (EUA), donde dichos eventos quitan más vidas de sus ciudadanos que el temido terrorismo. Desgraciadamente, ante los hechos, no estamos haciendo una reflexión pública que busque las causas del fenómeno y los recursos posibles para neutralizarlo desde el origen, sino la típica respuesta donde las autoridades buscan tomar medidas reactivas enérgicas para parecer eficientes, además de que varios actores políticos buscan tomarlo como prueba para apoyar sus causas a través de interpretaciones que tienen todo tipo de argumentos, exceptuando por el científico.

Esto se notó desde momentos después de sucedidos eventos. El fiscal del estado de Coahuila, Gerardo Márquez, otorgó una entrevista telefónica menos de dos horas después de los hechos, en la cual manifestó que se estaban manejando todas las líneas de investigación, pero que hasta ese momento estaban enfocados en los videojuegos por la violencia que aparece en ellos. La periodista Azucena Uresti le señalo que el infante iba vestido de manera similar que uno de los chicos de Columbine y preguntó si se seguía esa línea. Contestó que sí, que tenían que buscar todas, pero sobre todo los videojuegos y la falta de valores morales en la sociedad que provocaban dichas situaciones.

Como muchos funcionarios de seguridad en México, el fiscal cree que tiene las habilidades deductivas de Sherlock Holmes, personaje literario capaz de hilar una serie de eventos sólo observando la escena en que sucedieron. Pero, como casi todos los émulos del detective londinense, terminan en una burda inducción que refleja más sus filias y fobias basadas en la experiencia personal que en el estudio metodológico de los sucesos. Incluso me quedó la impresión de que no sabía de lo que le hablaban cuando se mencionó el icónico caso de Columbine. Ésta fue el primer caso donde estudiantes fueron armados a su escuela con el fin de asesinar la mayor cantidad posible de sus compañeros y profesores antes de ser abatidos o acabar con su propia vida. Sucedió el 20 de abril de 1999 en Columbine, Colorado, donde dos adolescentes armados con un arsenal mejor que el de la mayoría de las fuerzas policiales en México asistieron a su escuela para terminar hiriendo a 24 personas, matando a 13 y luego a ellos mismos. Y los eventos de este tipo no se han detenido en el vecino del norte hasta la fecha, donde aparecen con cierta recurrencia. Así que el fallecido niño coahuilense perpetrador de nuestro caso estaba tratando de decir muchas cosas simplemente con su vestimenta. Se debería investigar sobre eso y no sobre los prejuicios de los funcionarios.

En ese caso se culpó a los videojuegos violentos, las películas que romantizan los escenarios de combate, la música que manifiesta odio o disconformidad y la falta de valores (normalmente religiosos) en los jóvenes. El documentalista Michael Moore realizó un filme de su género, titulado Masacre en Columbine (Bowling for Columbine), donde desarma todas estas hipótesis con una serie de argumentos donde demuestra que no existe una correlación real y demostrable entre dichos planteamientos y la realidad estadística; para sostener, al contrario, que el índice de homicidios en los EUA era más alto que en lugares como Canadá y Europa por un simple motivo: el acceso a las armas. En todos lados hay, lamentablemente, jóvenes que sufren su vida por asuntos como el abuso escolar, la presión de una sociedad con estándares idealizados, la falta de redes de apoyo en su círculo íntimo, la indiferencia de autoridades, el rechazo de los grupos a los que quisieran pertenecer y el repudio de seres queridos. Habrá quien haya fantaseado con cometer actos como el infante de Torreón. Lo catastrófico se presenta cuando tienen a la mano los medios para materializar sus fines. Por eso este documental es indispensable para este caso y los que se le asemejan. También se puede revisar Elephant, de Gus Van Sant, para una visión más comunitaria de los hechos; o Tenemos que Hablar de Kevin, para una lectura individualizada.

Mientras tanto, vemos como nuestras autoridades, fieles a nuestros usos y costumbres, están tapando el pozo porque ahí se ahogó un niño. Están tratando de hacer las cosas correctas por los motivos equivocados. Por ejemplo, la escuela se había negado a entrar en el operativo Mochila Segura de la Secretaría de Educación Pública (SEP), el cual consiste en una revisión de las pertenencias de los estudiantes antes de ingresar a las instalaciones educativas. Este programa ha sido severamente criticado debido a que lesiona los derechos humanos de los infantes y fomenta su rechazo a una autoridad que los trata como delincuentes como medida de prevención. Pero el Colegio Cervantes no lo rechazó por eso, sino porque alegaron que su ambiente escolar no lo ameritaba. En este caso, en vez del chiste, la tragedia se cuenta sola. Es discutible si hicieron bien en rechazar el operativo, pero lo deplorable es que por guardar el prestigio de la institución no pudieran detectar la bomba que tenían en las manos. Ahora sólo queda lamentar lo ocurrido y ayudar a los niños que hoy tienen un recuerdo traumático de su infancia sólo por haber estado en un lugar que creían seguro hasta que descubrieron, de una de las peores formas, que no. Por su parte, el gobierno federal ordenó el operativo en todas las escuelas a pesar de los defectos antes señalados. Y el gobierno del estado ya encarceló al abuelo del niño, dueño de las armas que su nieto utilizó, además de congelarle sus cuentas bancarias. No vaya a ser que compre más armas. Los diputados analizan que haya psicólogos en todas las escuelas para detectar este tipo de casos. Ya veremos si se sostienen en esto a la hora de elaborar presupuestos.

Nuestro país, derivado de la ola de violencia que hemos vivido en la última década, tiene muchas armas sueltas por ahí, así que somos más susceptibles que en otras épocas para sufrir este tipo de casos, aunado a que ya nos pasó por primera vez. Ésa es una gran asignatura pendiente de nuestros gobiernos. Sin embargo, también se necesita hacer análisis metodológico de causas y soluciones desde las autoridades educativas de nuestro país, en donde se refleje el conocimiento psicológico y pedagógico en políticas públicas que generen ambientes escolares que disuadan el odio, el abuso y la discriminación en las aulas, empezando por los profesores. O pueden hacer como EUA, donde se ha intentado todo, excepto limitar el derecho constitucional que se tiene en ese país para poseer armas, mientras que los atentados siguen sucediendo. Porque es difícil pensar en una cultura de la paz donde los niños viven en casas donde en algún lugar hay armas de fuego, las escuelas protegen su prestigio y los actores políticos sus intereses e ideologías, cosa que pueden seguir haciendo hasta que haya que tapar el próximo pozo.

Educación

Por Ángel Dorrego

Analista, consultor y asesor político. Especializado en temas de seguridad y protección civil. Licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública por la Universidad Nacional Autónoma de México, Maestro en Estudios en Relaciones Internacionales también por la UNAM. Cuenta con experiencia como asesor de evaluación educativa en México y el extranjero, funcionario público de protección civil y consultor para iniciativas legislativas.
Correo para el público: adorregor@gmail.com

Foto SDP