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El combate a las adicciones de la 4T es sólo moral

El combate a las adicciones de la 4T es sólo moral

Por Ángel Dorrego.- Ante las dudas que ha generado el manejo de la seguridad pública del gobierno federal que provocó la derrota sufrida por el estado mexicano en Culiacán, el presidente de la república, Andrés Manuel López Obrador, ha insistido en que la estrategia implementada por su gobierno continuará a pesar del tropiezo que en declaraciones públicas han dicho que no es grave. Dicha estrategia consiste en dejar el combate de forma frontal a las organizaciones del crimen organizado, mientras que se convence a la juventud de que tiene mejores perspectivas si no entra al mundo de las sustancias ilegales, ya sea como consumidores o participantes de la cadena de mercado que sostiene a esta prohibida industria. Incluso ha dicho en alguna de sus conferencias matutinas que va a ocupar todo el tiempo posible del gobierno en medios de comunicación para difundir estos mensajes. Seguramente habrá visto usted algunos de estos anuncios que corren con el eslogan de “juntos por la paz”.

No es la primera vez que una iniciativa por el estilo se intenta implementar en algún país que declara que tiene un problema de narcotráfico o altos índices de consumo o adicción a drogas ilegales. El resultado, cuando les ha ido bien, es pobre, cuando no francamente nulo. Se ha descubierto y probado que el problema con el consumo de las sustancias ilegales no es un de seguridad pública, en realidad, es un problema de salud pública, y las soluciones están en esa área, no en la criminalización de los consumidores. Que el consumo de drogas ilegales no es la causa de la desintegración familiar y la pérdida de valores, sino que es sólo un síntoma de una problemática mucho más amplia. El aumento en la cantidad de personas que toman este camino se debe a la falta de perspectivas reales hacia el futuro, no a una decisión aislada de alguien que no tenía problemas antes de eso. Exactamente al contrario. Pero nuestro gobierno ha decidido que vamos a hacer una vez más lo que no funciona, porque de algún modo creen que, ahora sí, va a funcionar.

Como ejemplo me gustaría mencionar uno de los intentos más célebres al respecto, como lo fue la política de prevención de adicciones del presidente de los Estados Unidos de América (EUA) en los años ochenta del siglo pasado, Ronald Reagan. Después de ser estrella en películas hollywoodenses, Reagan se integró de lleno a las actividades del Partido Republicano, para los cuales ya había hecho campaña a favor de la posesión de armas de fuego y en contra de la implementación de un sistema universal de salud. Logró ser gobernador de California, para después llegar a la presidencia de la primera potencia del mundo como rostro de un grupo eficiente e inclemente de políticos conservadores, que han pasado a la historia con el mote de “halcones de Washington”, de los cuales podemos destacar a su vicepresidente, George Bush, que sería también presidente inmediatamente después de él, y su hijo ocuparía el cargo dos periodos después.

Reagan pugnó desde su campaña porque los EUA tenían que recuperar sus valores tradicionales para volver a alcanzar sus años dorados, y dejar atrás las cosas que, según él, estaban destruyendo a su juventud. Así que, tanto él como su esposa, Nancy, se decidieron a actuar activa y públicamente en campañas para decirle a la gente joven que las sustancias ilegales, a las cuales dejaron únicamente el mote de “drogas”, dañaban su salud y destruían sus vidas, por lo que la mejor decisión era decir no. Se hicieron campañas publicitarias, eventos y toda la parafernalia necesaria para que los jóvenes estadounidenses no cayeran en las garras del consumo. Sin embargo, con las políticas de reajuste al estado de bienestar ejecutadas en el mundo occidental con la Inglaterra de Margaret Thatcher y los EUA de Reagan, ni su vida, perspectiva de futuro o posibilidades de expresión mejoraron, pero el enemigo era la decisión de consumir. O sea, pensaron que las consecuencias eran las causas.

Unos de los puntos más álgidos y ridículos de esta política se desarrolló cuando un grupo de esposas de políticos de Washington, o Washington wifes, decidieron participar activamente en esta causa, y convencieron a sus maridos congresistas, senadores y políticos de la administración federal de que había que tratar de prohibir lo que estaba provocando que tantos jóvenes ingresaran al consumo de drogas: el heavy metal. Hay que aclarar que ellas entendían por heavy metal como cualquier manifestación cercana a alguno de los subgéneros del hard rock donde hubiera cabello largo, guitarras eléctricas, inconformidad u hostilidad hacia los valores e instituciones tradicionales, además de la celebración de un estilo de vida abiertamente hedonista que denostaba a las figuras de autoridad. Y entonces un comité del congreso, del mismo modo que antes había entrevistado y enjuiciado a miembros de la mafia, ahora recurriría de cuestionar a músicos acerca de la mala influencia que querían dejar en los jóvenes. Todo terminó en un total ridículo que chocó con pared cuando se determinó que no se podía cancelar la libertad de expresión porque los mensajes no eran los idóneos, además de no comprobarse jamás una correlación directa entre el gusto por un género musical y el consumo de sustancias ilegales. En Wall Street no les gustaba esa música e hicieron funcionar el sistema económico estadounidense consumiendo cocaína a la menor provocación, y nunca fueron por ellos. Todo lo que se logró fue poner una etiqueta en las portadas de los discos cuyo contenido le pudiese resultar incómodo a los grupos conservadores, con la leyenda Parental Advisory (algo así como una recomendación de supervisión paterna). Los discos con la etiqueta mejoraron sus ventas, pues le avisaron a los adolescentes donde estaba el contenido que molestaría a sus padres. Y los índices de consumo de drogas no bajaron.

Y así puede haber gran número de ejemplos. El punto radica en que la propuesta setentera del denostado Richard Nixon acerca de hacer una guerra contra las drogas, penalizar a los consumidores y dar clases de moral para que no caigan en los vicios, simplemente no ha funcionado nunca. Fue hasta la presidencia de Barack Obama donde la nación más poderosa de mundo declaró que el consumo de sustancias ilegales no era un problema de seguridad pública, sino de salud pública. Y hay quien ha seguido esta vía con resultados que al momento muestran mejoras, como la despenalización de sustancias no letales, agregándolas a la canasta de drogas legales como el tabaco y el alcohol; no encarcelar a los consumidores por el simple hecho de la posesión de sustancias, mejorar las condiciones de salubridad de personas con problemas de adicción al mismo tiempo que se ofrecen programas gratuitos y de calidad para superar esta problemática. Esto quiere decir que se busca que los consumidores no encuentren la persecución y la cárcel, lo que a la postre los convertirá en criminales de verdad, sino que se hagan responsables de sus actos y ofrecerles auténtica ayuda cuando sientan que no pueden más.

Pero el gobierno de la cuarta transformación se ha decidido por un camino que ha demostrado su fracaso de manera consistente. Porque el problema de consumo de drogas ilegales no se encuentra en que a los jóvenes les falten valores para decir que no. Se debe a que la gente comienza a perder esperanzas acerca de lograr un futuro deseable a través de las vías que tiene a su disposición, y de ese grupo hay un porcentaje que cae en la adicción.

Si se quiere combatir el consumo de drogas ilegales, se tiene que abrir un debate científico acerca de qué está prohibido y qué no, por qué y cómo va a operar el sistema de regulación; ofrecer rehabilitación a quien la solicite y; sobre todo, mejorar las condiciones de vida. Si hay una liga de fútbol o un grupo de teatro en las colonias, donde a través del deporte o las artes se dé un sentimiento de pertenencia a jóvenes estudiantes que saben que sus esfuerzos les servirán para insertarse en una vida laboral la cual les permitirá, con esfuerzo de por medio, comprar una vivienda y tener una existencia con momentos agradables, entonces el consumo y las adicciones disminuirán. Nuestro gobierno, en cambio, ha decidido predicar la moral de valores conservadores porque creen que ése es el problema. Pero si la solución es dar discursos morales que son vacuos para la realidad de una generación, todo lo que obtendremos es estancarnos como siempre en debates interminables e improductivos acerca de los que está bien y lo que está mal. Pero parece que nuestro gobierno es adicto a eso.

Educación

Por Ángel Dorrego

Analista, consultor y asesor político. Especializado en temas de seguridad y protección civil. Licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública por la Universidad Nacional Autónoma de México, Maestro en Estudios en Relaciones Internacionales también por la UNAM. Cuenta con experiencia como asesor de evaluación educativa en México y el extranjero, funcionario público de protección civil y consultor para iniciativas legislativas.
Correo para el público: adorregor@gmail.com

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