En Ecuador es mejor no resolver los problemas: Ángel Dorrego
En Ecuador es mejor no resolver los problemas
Por Ángel Dorrego.- Los ojos de Latinoamérica se han posado en Ecuador debido a las protestas masivas que se desencadenaron ante las medidas económicas tomadas por el gobierno encabezado por Lenin Moreno, las cuales incluyeron quitar la subvención a la gasolina. Las cosas llegaron a un nivel insostenible cuando el gobierno tomó la impopular e inefectiva medida del toque de queda. Aunque las protestas lograron que el gobierno cediera, la crisis en el hermano país sudamericano está lejos de terminar, pues no se puede acabar de plumazo con problemas que tienen años gestándose. Aunado a esto encontramos que todavía falta mucho dispendio por pagar.
Ante la prensa, Lenin Moreno aparece como una especie de villano de la historia, ya que es fácil caricaturizar a un gobernante que toma medidas impopulares y que además reprime de forma violenta las protestas al respecto, sobre todo cuando éstas están encabezadas por grupos históricamente vulnerables como los pueblos indígenas. Sin embargo, Lenin (nombre común en Ecuador, por cierto) es el último eslabón de una larga y consistente cadena de errores en los gobiernos ecuatorianos, muchos de ellos derivados de la ola de gobernantes demagogos en el escenario internacional, que en su caso se vio en la representación del expresidente Rafael Correa. No es que esto exima a Moreno de su responsabilidad en los hechos, ya que si bien trató de arreglar los abrumadores problemas financieros de Ecuador, la forma de hacerlo fue tan abrupta como irreflexiva, a tal punto que la mejor justificación podría ser la desesperación, porque todas las demás pasan por la falta de capacidad. Si pudiéramos hacer una encuesta entre los jefes de gobierno de todos los países del mundo y les preguntáramos si tomarían como medida para reducir el gasto la desaparición repentina de una subvención que derivará en un aumento al doble de los combustibles, no se me ocurre otra u otro que acompañara a Moreno en decir que sí. Los demás estarían medianamente conscientes de que esto pudiese significar un suicidio político.
Pero pareciese ante esta mirada somera en la temporalidad que los problemas de Ecuador comenzaron con Moreno queriendo adoptar medidas extremas de reducción del gasto. El problema real estriba en que Ecuador gastó más de lo que tenía durante demasiado tiempo, y de algún modo tienen que paliar sus deudas. Este se dio durante el gobierno de Rafael Correa y su movimiento político Alianza País, que promovió la revolución ciudadana con un auto proclamado socialismo del siglo XXI. En la realidad era una revolución ciudadana encabezada desde el gobierno por un líder carismático con serias intenciones de mantenerse de forma indefinida en el poder, con un socialismo que regalaba dinero a escuelas religiosas, lo cual es uno de los muchos síntomas de algo muy lejano al socialismo y al siglo XXI. Pero un importante sector de los ciudadanos ecuatorianos, que por cierto suelen ser honestos y bien intencionados, creían que con la nueva constitución y el gobierno de Correa obtendrían un histórico progreso. Muchos sostenían en conversaciones casuales que tenían un gobierno que estaba poniendo las cosas en orden, e incluso había quienes defendían los postulados más radicales del gobierno, como que estaban creando una especie de nueva civilización basada en el progreso con una cara amigable para la Pacha Mama.
Y la verdad es que muchas personas vieron mejorar sus condiciones con el gobierno de Correa. La administración pública creció de forma exponencial, y de repente todos los profesionistas calificados se encontraron con que había empleos disponibles en los más de 20 ministerios de gobierno o las más de 40 secretarías. Todo esto para un país que en ese momento tenía aproximadamente 14 millones de habitantes. Se dio gran cantidad de subvenciones a grupos vulnerables, se ampliaron los derechos sociales y se aumentaron los beneficios laborales. Se invirtió en infraestructura carretera, en el aeropuerto e incluso se tenía proyectado uno que otro elefante blanco, como un nuevo monumento a la línea divisoria de la mitad de la Tierra. Si bien se tenía que batallar con largos procesos burocráticos para cualquier cosa, porque con algo había que justificar los empleos, estos llegaban incluso a tener que dar tu registro fiscal para comprar una miserable hamburguesa. Y lo digo como mexicano, que algo sabemos de trámites absurdos. Era tanta la confianza que la gente, sobre todo los jóvenes, que dejaban sus empleos a las semanas de haberlos iniciado por el simple motivo de que no los satisfacía como personas. Sabían que habría otro disponible en otro lado. Muy lejano de la realidad latinoamericana, donde la gente, cuando encuentra un empleo, trata de no soltarlo hasta expirar el último aliento.
¿Cómo se financió esta ola verde de progreso? ¿Con el apogeo de nuevas industrias? ¿La creación de tecnología? ¿Insertándose en un esquema productivo donde eran un eslabón que proveía de valor al producto? No. Fue con petróleo. De hecho, en un esquema perturbadoramente parecido al que se vivió en México después del gobierno de José López Portillo. A Ecuador le vino una bonanza petrolera, y de repente el gobierno comenzó a tener muchos recursos. Digamos que los invirtió en mejorar la vida de sus ciudadanos, pero por la vía de generar un gasto corriente cada vez más robusto. Y acceso a nuevos créditos que le permitirían invertir en el desarrollo del país. La vieja idea de ocupar el petróleo como motor del progreso de una nación, idea útil a mediados del siglo pasado, peligrosa un par de décadas después y completamente suicida en el siglo XXI.
Lo malo empieza cuando el precio del insumo baja o no hay suficiente demanda. Los recursos se aminoran, pero los compromisos de gasto siguen ahí. Así que hay que endeudarse un poco para salir del atolladero. Pero cuando no vuelven a alcanzar los recursos hay que empezar a elegir entre continuar dando empleos y subvenciones o pagar los crecientes y asfixiantes intereses de la deuda. Y quizá se adquiera otra deuda, pero en algún momento ésta vendrá con la condición de poner la casa en orden. Eso fue lo que pasó. Básicamente, parece que los países latinoamericanos funcionamos como aquel jefe de familia que tiene una bonanza en su negocio, se endeuda para nueva casa y coches, comienza a vivir con niveles de gasto que colman las tarjetas de crédito y, cuando el negocio baja, no tiene cómo sostener los vilipendiados bienes que le quedan ni manera de pagar los compromisos que adquirió, quedando más pobre que al principio sólo por mala administración.
Pero los problemas de Ecuador siguen ahí. Si bien ha quedado claro que Moreno ha resultado poco apto y sensible para resolverlos, ahora además tendrá que combatir con la sombra del regreso de Correa, quien todavía tiene público porque fue la cara que les dio bonanza, incluso cuando ésta fue lo que los metió en los problemas que tienen ahora. De momento la cosa parece calmarse con el desistimiento del presidente ecuatoriano para aplicar las siempre inclementes medidas del Fondo Monetario Internacional (FMI). Pero todavía tienen comprometida a una generación, por lo menos, a pagar por el dispendio. Es cierto que necesitan mayor disciplina en el gasto. Es cierto que ya no pueden tener subvenciones tan generosas como la de la gasolina. Es cierto que necesitan diversificar su economía para no depender de materias primas o del gasto del gobierno para hacer funcionar la cadena productiva. Es un trabajo de varios periodos de gobierno en una política de estado, sin caer en la tentación simplista de un líder que dure largos periodos de tiempo. Pero parece que su clase política está empecinada en una lucha de poderes que resuelve nada. Y los ecuatorianos se merecen algo mejor que gente que haga creer que no resolver los problemas es una solución.
Analista, consultor y asesor político. Especializado en temas de seguridad y protección civil. Licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública por la Universidad Nacional Autónoma de México, Maestro en Estudios en Relaciones Internacionales también por la UNAM. Cuenta con experiencia como asesor de evaluación educativa en México y el extranjero, funcionario público de protección civil y consultor para iniciativas legislativas.
Correo para el público: adorregor@gmail.com
Foto La Razón de México Cuartoscuro