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Hace 40 años, John Lennon fallecía en NY

 

John Lennon fallecía en Nueva York hace cuatro décadas, después de ser baleado por un hombre que lo interceptó mientras se disponía a ingresar a su casa.

El 8 de diciembre de 1980, en Nueva York, pocos minutos antes de las once de la noche (hora local), el célebre John Lennon era baleado por la espalda, justo antes de entrar a su casa, y declarado muerto al llegar al Hospital Roosevelt.

Mark David Chapman, presunto fan al que Lennon había autografiado una copia del álbum Double Fantasy durante la tarde de ese mismo día, le disparó cinco tiros por la espalda.

Al día siguiente, ante la perplejidad mundial por el atentado, Yoko Ono anunció que no habría funeral.

Los restos de Lennon fueron cremados y esparcidos por su esposa en el Central Park, donde hoy se erige un modesto memorial.

La reacción de los Beatles ante la muerte de Lennon: la frase desafortunada de Paul, la negación de George y el gesto tierno de Ringo.

Los tres integrantes del grupo se enteraron por una llamada telefónica. Del shock inicial al llanto, del estupor a la solidaridad, del horror a no saber qué decir frente a cientos de reporteros. Así vivieron la muerte de John los otros Fab Four.

“Nada mal para una ama de casa, ¿no?”. Esa fue la última frase que le escuchó decir. Cortaron el teléfono y los dos sintieron que no pasaría mucho tiempo hasta que se vieran de nuevo. Pero no sucedió. John Lennon con esa frase se refería a su vuelta al ruedo con Double Fantasy luego de cinco años de ostracismo en los que se dedicó a criar a su hijo Sean. Paul McCartney lo había escuchado unas horas antes de la llamada y lo había elogiado.

Tres semanas después de esa conversación, otra vez sonó el teléfono en la casa de Paul. Estaba solo. Linda, su esposa, había llevado a los chicos al colegio. Él desayunaba con morosidad; en un rato saldría para el estudio. Un día más de trabajo. Cuando atendió escuchó la voz quebrada de su manager. Al principio no entendió lo que le estaba diciendo. O, tal vez, no quiso creer lo que escuchaba. “John está muerto. Lo asesinaron de varios balazos”, dijo el hombre.

McCartney se quedó al lado del teléfono unos minutos. Sin saber qué hacer. Hasta que escuchó el auto de Linda. Salió a buscarla. Ella vio su cara y supo que algo malo, algo muy malo había pasado. No conocía esa cara de Paul.

Años después, Linda no pudo repetir las palabras de Paul, de qué manera le dio la noticia. Lo que a ella le había quedado grabado del momento había sido el gesto inédito de Paul, esa foto espantosa, augurio de lo peor.

El matrimonio habló unos minutos. Paul quiso ir al estudio tal como estaba planeado. Eso era mejor que quedarse tirado en su casa. En la puerta del estudio lo esperaba una nube de periodistas. Los flashes, los micrófonos, las preguntas urgidas.

“No puedo aceptarlo, no sé qué decir”, declaró Paul bajando la mirada y apurando el paso para perderse en el edificio.

En el estudio, el resto de la gente se veía afectada. Lo saludaban con pesar. Todos los ojos estaban puestos en él y en sus reacciones. Paul McCartney sólo quería ver a una persona. A George Martin, su viejo productor, el quinto Beatle. El encuentro, al principio, no necesitó palabras. Se abrazaron y lloraron unos minutos sin soltarse. Luego se encerraron y hablaron por horas mientras un asistente les dejaba litros de te y de whisky. Martin, una figura paternal para el dúo compositivo más importante de la historia, era la compañía adecuada para iniciar el duelo. “Hablamos por horas. Fue nuestra manera de velarlo. Y nos ayudó bastante” contó George Martin.