La sociedad civil y el tren eléctrico
La sociedad civil y el tren eléctrico
El Jicote, Por: Edmundo González Llaca
Martes 11 de febrero de 2025
Porque la búsqueda del chivo nos deja poco tiempo libre o porque ese poquito tiempo preferimos dedicarlo a otras cosas. Porque simplemente no nos termina de caer el veinte, pero nos negamos a reconocer una realidad: el Estado ya no tiene los suficientes recursos, ni materiales ni humanos, para resolver algunos de los más graves problemas que nos aquejan a todos.
El gobierno está desbordado, económicamente no le alcanza y para acabalarse tienen que recurrir en forma cada vez más importante a la inversión privada. En el caso de la seguridad, no hay patrullas ni policías suficientes; la colaboración de la ciudadanía es imprescindible. El aumento de la criminalidad ha reflejado en forma dramática esta impotencia de las autoridades para cumplir con su responsabilidad de cuidar la vida, las propiedades y la tranquilidad de sus ciudadanos y familias.
Los ciudadanos de a pie se han visto orillados a colaborar, y lo han hecho sin ton ni son, hasta en forma despiadada. Los linchamientos de los criminales, la organización de grupos de defensa comunitaria, son reflejo de la frustración y la ira de la sociedad; la consecuencia de un Estado que simplemente por sí solo no puede con el paquete.
Todo esto viene a colación porque la reducción del tiempo en el transporte México-Querétaro, no es algo para desdeñar en el impacto de la violencia en el Estado. Hacer de San Juan Del Río y de Querétaro dos suburbios de la Ciudad de México, nos podría conducir a la recuperación de la frase de Julio César: Veni, vidi, vici”: “Llegué, ví y vencí”. Y que los malandros afirmen al utilizar este moderno medio de transporte: “Llegamos, vimos, delinquimos y, lo más padre, nos regresamos en el mismo Tren”.
Y lo dijo Carlos Slim, que sabe de negocios más que yo, el tren eléctrico a Querétaro es un proyecto viable y sensato. De acuerdo, pero las promisorias ventajas económicas no le quitan los riesgos y eso es lo que debe también preocuparnos. Bajar el tiempo y reducir las distancias es abrir la extensión del control territorial del crimen organizado, lo que deriva siempre en una lucha entre cárteles. Se inauguran nuevos impuestos criminales y la posibilidad de tener el santo de espaldas.
No se trata de escandalizar ni de espantar a nadie, sino simplemente reconocer el hecho de que San Juan del Río y Querétaro estén a menos de dos horas, aumentará la tendencia delincuencial en el Estado. Regular el transporte público y de carga, exigirá la coordinación de los tres ámbitos de gobierno. Tristemente lo efectivo y concreto es que la violencia en las entidades federativas es vista por el gobierno central por arriba del hombro. Colima y Chiapas son dos ejemplos de como la federación esquiva su responsabilidad para mantener la paz. Una primera propuesta, el gobierno de Querétaro y los municipios deberán reservar más recursos para controlar los riesgos y que el tren y sus estaciones sean espacios seguros.
¿Existe la posibilidad de que los constructores del tren recapaciten en problemas tan evidentes? Creo que pocas, para los constructores el tren es fundamentalmente un problema técnico, lo que no incluye otro tipo de valores culturales. Así lo demostraron en la experiencia más cercana, el Tren Maya, donde no les importó violar ni vestigios arqueológicos ni lugares sagrados. Ni siquiera tomaron en cuenta la existencia de la fauna de la selva, ya no digamos su cuidado. De ese tamaño fue su indolencia.
Los interlocutores institucionales, como los fantasmas de las casas embrujadas, se sabe que sí existen, pero nadie los ha visto. La prudencia del gobierno del Estado se explica, tienen la guadaña de las participaciones federales y administrativamente está al final de su sexenio.
Leí en Plaza de Armas, una noticia muy positiva: Las autoridades locales trabajan con la federación sobre la ubicación de las estaciones, con orgullo manifestaron que han propuesto una estación del ferrocarril en el Aeropuerto Internacional de Querétaro. El tono final de la declaración me hundió en la depresión: “Será el gobierno federal quien determine las ubicaciones exactas de las estaciones”.
Ese tono de que el federalismo es quien “determina”, obviamente en forma unilateral, implica la consideración de que la libertad y la soberanía del Estado, se reducen a decir cuando “determina” la federación: “Sí siñor, siñor. Está en su casa y hagan lo que quieran. Perdonen el tiradero”. Esa sumisión, ese fatalismo, ese karma ferroviario, esa actitud ante lo irrevocable, no es admisible. El hecho de que la propuesta de la estación en el aeropuerto no le haya merecido ni una mención a los constructores, es testimonio de la nula atención a lo que no proponen los “deterministas” constructores.
Y siguen bastos. Todos nuestros legisladores, principalmente los locales, no se les ha ocurrido formar una comisión pluripartidista para solicitar información a las autoridades responsables sobre el tren y a su vez comunicarla a sus electores. Eso los dejaría agotados y con el peligro de que les pueda dar un “surmenage”. Cuando les hablan del tren eléctrico patean un bote imaginario, voltean para otro lado y tal vez tienen sesudas reflexiones como: ¿Qué habrá pasado con el otro cuerno del unicornio?
En una reciente entrevista, Mariano Palacios Alcocer, afirmó que los partidos políticos son organizaciones de interés público, pero que se han convertido en franquicias con dueños particulares y con intereses muy personales. Tiene razón y la mejor prueba de ello es que a sus propietarios les tiene sin cuidado lo del tren eléctrico. De los partidos políticos de la entidad, como de Camelia la texana, no se sabe nada. Salvo que están más preocupados en el reparto de sus futuras candidaturas. No se cuenta con ellos, cuando también viven de nuestros impuestos.
El ejemplo, para mí el más doloroso, es el de la UAQ. Una obra con amplias posibilidades para que sus académicos, especialistas y estudiantes puedan participar y aprovechar la experiencia de la construcción, no ha merecido una reflexión pública. Insistimos, la UAQ, como todas las universidades públicas, no son exclusivamente máquinas de hacer títulos para que sus egresados salgan a ganarse el sustento, hay una importante responsabilidad con la sociedad. Espero que más pronto que tarde de la Torre de marfil, convertida aquí en torre de Cantera, salgan voces exigiendo información y participación.
Decía mi tocayo Edmundo O’Gorman, que después de muchos años llegó a la conclusión de que “el sexo débil ni es tan débil y el sexo fuerte ni es tan sexo”. En lo del Tren Eléctrico he llegado a la conclusión que los interlocutores institucionales frente al poder central, no han sido reales ni menos poderosos, hasta el momento han sido ilusorios; espejismos institucionales. Tengo la horrible sensación, que creo que comparte la mayoría de los ciudadanos, ante la obra del tren eléctrico somos unos náufragos. No tendremos vida ni presencia si no es por nuestras propias fuerzas.
¿Cuál creo que es la estrategia de nosotros, los pertenecientes a la sociedad civil? Hacernos visibles en las redes sociales, ante los interlocutores locales, pero también frente a los responsables de la obra. Concretamente ante el director de la Agencia Reguladora de Transporte Ferroviario, Andrés Lajous. Probarles hasta el cansancio que no somos un simple dibujito en el papel de un escritorio. Tenemos un territorio, que no es un erial; tenemos gente, tradiciones, cultura.
No somos botargas para el turismo, no somos una realidad virtual. Somos espacio físico y una comunidad con valores. Esto quiere decir que el tren eléctrico, no es solamente un desafío técnico, tarea exclusivamente para especialistas, sino que incluye muchos otros elementos humanos, históricos y sociales. Todos tenemos algo qué decir y en algo podemos colaborar.
Solicitamos, y sin ningún ánimo de camorra ni actitud belicosa, a ser algo más que escenografía, a simples invitados de piedra. Es nuestro espacio y es nuestra gente, exigimos ser informados, escuchados, tomados en cuenta. El tren es una obra pública y lo público debe ser público, no secreto de confesión.
Riesgos tan graves como nuestra seguridad y tranquilidad deben ser previstos desde ahora, no esperar a que, convertidos en suburbios de la Ciudad de México, en uno de tantos viajes escuchemos en los vagones del tren: “Ya se la saben y si son queretanos ya se la van a aprender, celulares y carteras en esta bolsa”. No podemos permitir que el tren eléctrico, nuestro gran anhelo, se convierta en una pesadilla.
El Jicote, por Edmundo González Llaca.
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