Opinión

Libertad de expresión es más que no agredir a la prensa

 

La libertad de expresión es más que no agredir a la prensa

Por Ángel Dorrego.- En últimas fechas hemos presenciado un debate en la arena pública de la política mexicana que ha puesto en el centro de la atención las posiciones y obligaciones del gobierno federal con respecto a la libertad de expresión, derivado de las quejas que ha tenido el presidente de la república, Andrés Manuel López Obrador, con relación a los comentarios vertidos en un grupo de medios de comunicación, a los cuales ha mencionado explícitamente; así como a una serie de periodistas, analistas e intelectuales que están en desacuerdo con los puntos de vista del titular del ejecutivo, y a los que ha señalado, criticado y hasta ha hecho recomendaciones de cómo deberían llevar su carrera profesional. Esto nos ha metido en un debate que, como en muchos casos en nuestra opinión pública, ignora lo básico para tratar de ajustar teorías avanzadas a situaciones que, sencillamente, no lo requerirían si se tuviera pleno entendimiento de lo acuerdos ya existentes desde el punto de vista legal y de legitimidad en un sistema político democrático.
Primero, hay que recordar que la crítica a la labor de las administraciones federales ha sido un sello distintivo de nuestro sistema político en este siglo XXI. Incluso es posible rastrear en las tres administraciones anteriores cómo, en algún punto cercano a cumplir el primer tercio del mandato, los expresidentes hicieron algún comentario en abstracto diciendo que su trabajo iba bien, pero los medios de comunicación no lo querían apreciar. Pasamos de Vicente Fox señalando que había un “círculo rojo” de la prensa que se dedicaba a criticar su gestión en todo momento hasta llegar a Enrique Peña Nieto tratando de convencer de que las cosas buenas también contaban. En el caso de Fox, se le aclaró que los medios estaban en uso pleno de sus derechos al señalar las acciones que consideraban erróneas en el ejercicio de gobierno del guanajuatense. Éste respondió que él no mandaba agredir a los miembros incómodos de la prensa, como se hizo en mucho más de una ocasión en el siglo XX y que, por lo tanto, era un demócrata al respecto. Como podemos ver, el debate actual es un déjà vu de aquel momento, porque la respuesta a ambos es la misma.

Para esto hay que entender un concepto sencillo, pero fundamental: la diferencia entre un jefe de estado y un jefe de gobierno. Esta división es explícita en los regímenes políticos europeos que aún cuentan con realeza en su esquema político. Pongamos de ejemplo el caso inglés, por ser de los más antiguos y replicados. El lugar de jefe de estado en el Reino Unido de la Gran Bretaña, que incluye a Inglaterra, corresponde a la reina o rey al que le toque ocupar el puesto por reglas de sucesión hereditaria. Esto los convierte en depositarios de la soberanía y representación de sus naciones, por lo que están obligados de facto a no participar en debates públicos, pues su obligación es hablar en nombre de todos sus representados. En el caso de la reina de Inglaterra, esto incluye también a los miembros del Commonwealth, que circunscribe a países desarrollados como Australia o Canadá, entre muchos otros. Por el otro lado está el jefe de gobierno, que recae en la persona que ocupe el puesto más alto del poder ejecutivo de la nación. A éste le toca la dirección del aparato de administración pública del estado, y en nuestro caso de ejemplo es un primer ministro. Le corresponde llevar a cabo las acciones y programas de gobierno bajo la limitación de leyes constitucionales establecidas con el fin de que no abuse de su posición en detrimento de sus opositores. Puede debatir acerca de las críticas que le sean lanzadas en espacios políticos y mediáticos, pero tiene que hacerlo enfocándose en datos, opiniones e interpretaciones, no en personas o instituciones, ya que, de hacerlo así, será severamente criticado por el bajo nivel de debate que aporta una persona que descalifica a los individuos por ser quien son, en vez de esgrimir argumentos en un nivel de abstracción necesario para la construcción de un espacio para las ideas.
En nuestro caso, como la mayoría de nuestro continente, la figura de jefe de estado y jefe de gobierno se concentra en una sola persona, al cual suele denominarse como presidente. Éste, al ser el representante de todos los ciudadanos como jefe de estado, no debería expresar filias y fobias hacia determinados grupos, personas o instituciones internas, ya que se generaría un abuso de poder al denostar al que difiere de las acciones u omisiones gubernamentales, pues se está utilizando el aparato del estado para hacerlo, además de vulnerar el derecho humano a la libertad de expresión, así como de prensa, entre muchas otras disposiciones nacionales. Esto no quiere decir que el presidente no tiene tribuna para defender su accionar, pues en su papel de jefe de gobierno, está en todo su derecho de argumentar las ventajas de sus programas y acciones de gobierno, fijar posiciones acerca de asuntos específicos y marcar guías para el actuar del gobierno. O sea, puede hablar de todos los asuntos que le competen siempre y cuando no baje el nivel de abstracción para personalizar pleitos al mencionar a los que considera sus malquerientes para que la masa, que suele ser incontrolable, los denoste.
Así encontramos que el presidente de México tiene, en ejercicio de sus funciones, derecho a no estar de acuerdo en lo que se comenta acerca de su trabajo, pero no puede apuntar un dedo acusador en contra de los que también están haciendo pleno uso de sus derechos. No se puede justificar por el hecho de no agredirlos directamente de forma física, pues está es sólo su primera obligación como funcionario público; ya que, además, le corresponde ser el garante de que habrá respeto a dichas libertades. O sea, no basta con no mandar golpear a la prensa, tiene la obligación de evitar que cualquiera lo haga. Como en el caso de Vicente Fox, no basta con respetar la libertad de expresión, la obligación radica en protegerla de cualquier amenaza, por lo que reprochar públicamente a los críticos del gobierno va en sentido contrario. Como dice el juramento que se hace al momento de asumir la presidencia de la república: cumplir y hacer cumplir la constitución. No tenemos ni lo uno ni lo otro, y sí un ejecutivo que se olvida que no sólo gobierna para sus afines, sino para todos los mexicanos, porque esto es una democracia, y con ese modo de actuar se transforma en otra cosa.

Educación

Por Ángel Dorrego

Analista, consultor y asesor político. Especializado en temas de seguridad y protección civil. Licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública por la Universidad Nacional Autónoma de México, Maestro en Estudios en Relaciones Internacionales también por la UNAM. Cuenta con experiencia como asesor de evaluación educativa en México y el extranjero, funcionario público de protección civil y consultor para iniciativas legislativas.

Twitter: @AngelDorrego

Correo para el público: adorregor@gmail.com

 

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