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Los dogmas no han derrotado pandemias

 

Los dogmas no han derrotado pandemias

Por Ángel Dorrego.– La semana pasada, el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, anunció que salió diagnosticado como positivo al virus Covid-19. No es el primer mandatario del mundo en resultar contagiado, ni el primero de los negacionistas en ser portador de la enfermedad. Sin embargo, el hecho se representa como simbólico si tomamos en cuenta que Bolsonaro ha sido, tal vez, el más férreo de los primeros mandatarios del mundo en subestimar tanto la capacidad de contagio como el nivel de letalidad de la epidemia global, desdeñando los argumentos científicos para centrarse, fiel a su costumbre, en los dogmas que le proveen sus creencias religiosas, aunado a su inamovilidad de percepción, probablemente devenida de su formación castrense, que no duda en presumir a la menor provocación. Hoy el jefe del ejecutivo brasileño no sólo se convirtió en infectado, sino una fuente de infección para los que estuvieron cerca de él. Esperemos que se recupere, pero sobre todo que no haya decesos entre las personas a las que potencialmente pudo haber contagiado con su irresponsabilidad.
Todo esto en un mundo que se encuentra en medio de una pandemia, una experiencia que la mayor parte de las personas vivas en el planeta no habíamos experimentado. Y en un momento de rompimiento sistémico del orden internacional que ha llevado a la posmodernidad a la negación de los avances modernos derivados de la actividad científica que hasta hoy nos ha aportado enormes adelantos en la cura de enfermedades, generación de tratamientos paliativos y conocimiento invaluable acerca de cómo funcionamos como individuos y sociedades, además de cómo se desarrollan los fenómenos que nos rodean. Hoy eso se desdeña para dar paso a los líderes demagógicos que creen más en su palabra que en las recomendaciones científicas.
Pero los líderes demagógicos que hoy gobiernan distintas partes de la civilización occidental, otrora orgullosa de sus democracias liberales, no llegaron solos. Llegaron gracias al descontento de amplios sectores de la sociedad que fueron desfavorecidos por un sistema tan dinámico como inequitativo, tan aspiracional como divisorio, tan individualista como insaciable. Y son ellos los que han desechado no solo al sistema, sino a las cosas que lo representaban con orgullo, por buenas que éstas fuesen o hubiesen podido ser. Hoy circula información que cuestiona todo. Es más, hemos llegado tan lejos que hay quien de plano dice que la Tierra es plana. Un retraso en el conocimiento de 5 siglos, nada más. Y no es que cuestionar el conocimiento vigente sea malo, pero cuando se carece de metodología confiable, pruebas consistentes y preparación para la investigación, cualquier hipótesis se convierte de inmediato en teoría por la sola palabra de su autor.
El resultado de esto durante la pandemia del Covid-19 se refleja en una serie de oportunismos que, lejos de ayudar a las personas y a las comunidades donde se desenvuelven, se convierten en un factor a combatir para salvar vidas humanas de la valentía propia de aquel que ignora el peligro que le aqueja. Sin ser exhaustivo, hay dos vertientes de esos oportunismos: la primera está compuesta de quien busca obtener réditos de la tragedia ajena. Este componente lo encontramos en la gente que busca amasar fortunas de la noche a la mañana vendiendo insumos inútiles a un mercado desesperado. Los puede usted encontrar promoviendo el uso de reactivos y productos no probados que, según ellos, tienen la facultad de prevenir o curar del pandémico virus. Todo esto basado en monografías donde ponen una argumentación lógica que jamás ha pasado por un laboratorio donde trabajen personas que por lo menos sepan de qué tamaño es un virus en comparación con los componentes celulares de nuestra anatomía.
El segundo grupo se encuentra compuesto por los que prefiero llamar alquimistas, ya que no han dudado en reducir los conocimientos en cuanto a química de los últimos siglos por fórmulas derivadas de vagos conocimientos en campos que en este momento ya se encuentran en manos de personas híper-especializadas en el estudio y trabajo con materiales que ya han sido ampliamente experimentados. Estos alquimistas los ha visto usted vendiéndole desde gotas hasta pastillas con composición basada en sabidurías “ancestrales” de sociedades en las cuales llegar a los 50 años de edad era extraordinario. Dichos grupos no son excluyentes, se puede estar en ambos al mismo tiempo.
Y no es extraño que, en cada situación de emergencia, aparezcan este tipo de personas que prefieren creer a comprobar, el dogma y la creencia en lugar del pensamiento crítico necesario para distinguir lo que se puede demostrar de lo que no. Lo malo es que algunos de ellos gobiernan países, lo que lo mete en una esfera de análisis completamente diferente, ya que las consecuencias de sus actos se miden según su actuar público y el resultado de sus acciones políticas e individuales con respecto al impacto que un fenómeno perturbador pueda tener de costo en vidas y recursos de nuestras sociedades. Por eso tenemos presidentes que se niegan a cosas tan básicas como el uso del cubrebocas, políticos que recomiendan nano partículas de cítricos y personajes públicos que promueven medicamentos basados en la fe, no en el estudio científico. Un dato para todos ellos: en toda la historia de nuestra especie ninguno de estos remedios ha acabado con una epidemia. Los únicos remedios efectivos se han dado en forma de vacunas, medicamentos, estudios y recomendaciones elaborados por (contenga usted su gesto de sorpresa) científicos.
Por eso se exhorta, en el sentido más serio, seguir las recomendaciones de entes científicos que conllevan vastos conocimientos en cuanto a los fenómenos a los que nos enfrentamos actualmente, encabezados por la Organización Mundial de la Salud (OMS) de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), seguido de prestigiadas universidades y centros de investigación que tienen años dedicados a dichas labores, además de contar con el personal competente para emitir recomendaciones y avalar hábitos, medicamentos y tratamientos. ¿Comenten errores? Claro que sí, ha pasado muchas veces. Pero la obligación de la ciencia es corregir y ajustar hasta explicar y comprobar por completo el desarrollo de un fenómeno. La diferencia se encuentra en la fiabilidad de lo encontrado.
Y habrá que empezar a ignorar a líderes que creen que su voluntad es mayor que la terca realidad. A esas personas ya les vendrá el momento de entregar cuantas, como varios ministros de salud europeos, que ya aseguraron ser enjuiciados en sus países, más los que se les unirán con el paso de los meses. A la luz de todo esto, le deseo que no sea usted de esas personas que, de la noche a la mañana, saben más que el mejor de los epidemiólogos por una búsqueda en internet, que privilegian la ideología política por encima del conocimiento científico, o cuyos dogmas lo obligan a torcer la realidad para que se ajuste a sus creencias; sino alguien que sabe distinguir la información real y comprobable de la propaganda. La ciencia puede sacarnos de esto, pero el dogma, en este caso, no sólo le ofrece vida después de la muerte, sino el boleto para llegar allá.

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Por Ángel Dorrego

Analista, consultor y asesor político. Especializado en temas de seguridad y protección civil. Licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública por la Universidad Nacional Autónoma de México, Maestro en Estudios en Relaciones Internacionales también por la UNAM. Cuenta con experiencia como asesor de evaluación educativa en México y el extranjero, funcionario público de protección civil y consultor para iniciativas legislativas.
Correo para el público: adorregor@gmail.com

Twitter: @AngelDorrego

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Foto agencias Rfi actualidad