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Una breve historia de nuestra corrupción/ Ángel Dorrego

Una breve historia de nuestra corrupción/ Ángel Dorrego

Desde que somos país, siempre hemos dicho que uno de nuestros mayores problemas es la corrupción de nuestros funcionarios en el ámbito público. Nos hemos quejado incesantemente de ella, pero es un mal endémico porque, de algún modo, se encuentra incrustada en nuestra operación a nivel colectivo. Y ha estado tanto tiempo arraigada en nuestras instituciones, reflejo de nuestro espacio público, que ha tendido a ir siempre un paso adelante de nuestras medidas para combatirla. ¿Es un problema moral y ético? Sí, pero ninguno de estos campos lo va a resolver por sí solo. ¿Qué debemos hacer para combatirla? Antes que nada, estudiarla en nuestro caso específico, pues si bien las medidas generales que han tenido éxito en otros lugares, es difícil que funcionen si no son parte de una lógica conjunta.

¿Cómo llegamos a ser un país con alarmantes niveles de corrupción? Empecemos por el principio. La primera forma de corrupción que se le vio a nuestros funcionarios era llevarse los recursos públicos directamente a sus bolsillos. Al no haber mecanismos de transparencia todo era tan sencillo como ocupar los medios de un cargo público y utilizarlos como si fueran propios, y la frontera se desvanece hasta que mucho de lo que era de todos acababa en la caja fuerte de unos cuantos. Así que les pedimos que nos entregaran informes de lo que se había gastado. Aunque eso se puede brincar cuadrando las cuentas. Así que les pedimos las cuentas completas. Entonces los funcionarios corruptos comenzaron a poner empresas para proveer de servicios al gobierno. Y muchas veces no los daban, sólo se pagaban. Así que empezamos a verificar que se dieran los servicios. Aun así, estas empresas comenzaron a dar los servicios para los que fueron contratadas, pero muchas veces con sobrecostos o recorte de insumos necesarios para abaratar la inversión y maximizar las ganancias. Así que verificamos también la calidad de los servicios. Y entonces empezaron a dar los servicios, pero contratando siempre sus propias empresas. Esto siguió siendo rentable, ya que se necesita ser sumamente torpe para fracasar en una empresa que tiene aseguradas sus ventas. Entonces vigilamos que la empresa no le pertenezca al funcionario. Las pasaron a sus familiares y amigos de confianza. Ahora a revisar a proles completas. Y aprendieron a hacer sofisticadas triangulaciones de personas y recursos.

Mención aparte se merece la forma de corrupción en que los ciudadanos tienen que pagar multas, permisos, derechos y refrendos; entre un catálogo de cargas impositivas, lo cual facilitan sobornando al sobornable funcionario que les puede agilizar el trámite. Entonces les pusimos todavía más trámites hasta que cada oficina tuviera copia sellada y acuse de recibo de que todo está en orden. Entonces hubo que sobornar a más personas. Todas estas formas de corrupción se fueron acumulando, ya que no desaparecieron las primeras al aparecer su versión más sofisticada. Tenemos de todo en prácticamente todos los poderes y niveles de gobierno.

Esto sólo es un híper resumen muy burdo de nuestro problema. Hay quien lo ha estudiado científicamente y esperemos que se haga cada vez mejor con el tiempo. Si bien no se pueden minimizar los enormes esfuerzos que han hecho tanto funcionarios públicos como académicos e investigadores, así como organizaciones de la sociedad civil para combatir este flagelo, hay que reconocer que nunca es mal momento para replantearse las cosas, sobre todo si lo que quieres desaparecer tiene mayor capacidad adaptativa que los medios para combatirlo. Por ejemplo, me parece que medidas en las que se pide que el funcionario declare todos sus bienes y transacciones terminan por ser más complicadas que útiles, ya que sólo se podrá localizar por esa vía a los que sean cándidos o cínicos. Además atacan las consecuencias, no las causas.

Si los nombres del juego son transparencia y rendición de cuentas, creo que debemos hacerlos fáciles y ligeros. No complicar cada vez más cosas, ya que lo que estamos haciendo son nuevos lugares para encontrarle escollos a un sistema. Por ejemplo, en el caso de un empresario soborne a un funcionario para que le “facilite” ciertos trámites, ni el empleado público debería volver a serlo ni el emprendedor debería poder ingresar a dichas actividades económicas por cierto tiempo. Hay países donde los funcionarios no se corrompen por miedo a echar por la borda años de ascensos y su jubilación. Sobornarlos se vuelve más caro que cumplir con las disposiciones legales. Por otra parte, con la tecnología que tenemos actualmente se puede agilizar que los servicios que contrata el gobierno se reporten en plataformas específicas de la forma más expedita, de manera que la vigilancia ciudadana pueda observar en cortos periodos de tiempo las transacciones y gastos. Así controlamos que los recursos fluyan siempre en la dirección correcta. Ideas que simplifican, y que tal vez merezcan ser perfeccionadas para funcionar en la realidad con el fin de que la corrupción sea historia, y no siga dictando nuestra historia.

Educación

Por Ángel Dorrego

Analista, consultor y asesor político. Especializado en temas de seguridad y protección civil. Licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública por la Universidad Nacional Autónoma de México, Maestro en Estudios en Relaciones Internacionales también por la UNAM. Cuenta con experiencia como asesor de evaluación educativa en México y el extranjero, funcionario público de protección civil y consultor para iniciativas legislativas.
Correo para el público: adorregor@gmail.com