El Mal disfrazado de protección
Es el amor enfermizo, la maternidad romantizada. Es el Mal disfrazado de protección.
La escena del bebé en La Pasión de Cristo —cuando Satanás sostiene en brazos a una criatura extraña, grotesca, con el rostro de un adulto— es de esas imágenes que incomodan el alma y siembran preguntas que arden más que cualquier látigo romano. No está en los evangelios, pero su fuerza simbólica es brutal.
Ese bebé no es un infante cualquiera: es la caricatura de la ternura. Es el amor invertido, la maternidad pervertida. Es el Mal disfrazado de protección.
Satanás, caminando entre la multitud que azota a Jesús, lleva en brazos a esta criatura como una contrafigura de la Virgen con su Niño. Ahí, entre el sadismo de los verdugos y la mirada impotente del Mesías, se pasea la mentira más refinada: la que se disfraza de compasión.
Mel Gibson no hace aquí una elección arbitraria, sino profundamente teológica. Ese bebé representa la corrupción de lo inocente, el rostro de un mundo donde lo torcido se vuelve norma y lo justo se ridiculiza.
Es una advertencia visual: el mal no siempre se muestra con cuernos y azufre, muchas veces se cuela en gestos de aparente ternura, en discursos dulces que ocultan veneno, en instituciones que juran protegerte mientras te esclavizan.
En un nivel espiritual, esta escena confronta a quien la ve con una pregunta incómoda: ¿dónde está mi mirada puesta? ¿En el sufrimiento del justo, o en los espectáculos del mundo? ¿En la cruz que libera, o en los ídolos que nos susurran dulces mentiras al oído?
Es una escena que no se olvida porque revela una verdad que no se dice con palabras: el diablo también carga bebés, también se disfraza de madre, también sonríe mientras el amor verdadero es crucificado.
Y esa, justamente, es la batalla de cada día.
De la red foto captura La pasión de Cristo
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