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¿Tienes pareja sólo por «conveniencia»?

 

Cuando la pareja se establece más en lo material y menos en lo emocional, basada en la conveniencia. 

Hay quien entiende las relaciones de pareja como un acuerdo comercial. Su único interés es obtener una serie de beneficios al menor coste e inversión posible. ¿Te has encontrado alguna vez con alguien así?

El afecto transaccional: si voy a quererte, espero algo a cambio.

“¿Qué ganaré con este vínculo? ¿Cubrirá buena parte de mis necesidades? ¿Tendré estabilidad económica? ¿Lograré tener una buena casa y una familia?”. Nadie niega que esta serie de cuestiones sean importantes. Porque lo son. Sin embargo, nos recuerda más bien a una especie de negocio empresarial.

¿Dónde queda en este enfoque el amor romántico que improvisa y busca quererse sin esperar más que afecto, respeto y confianza? Así es. Hay un tipo de relaciones que se sustentan en lo que conocemos como afecto transaccional. En estos casos, una o ambas partes esperan recibir algo a cambio de lo que inviertan en dicho vínculo.

Este tipo de lazos giran en torno a una idea muy concreta: maximizar la inversión. Y en ese cajón difuso pueden existir decenas de propósitos, desde obtener validación emocional, escapar de la soledad o lograr, cómo no, beneficios económicos. Como bien podemos deducir, quien asuma esta visión en el territorio del afecto no da validez a la idea de que en el amor el mejor beneficio es ver feliz a la otra persona.

Las relaciones transaccionales se basan en la conveniencia y el juego del quid pro quo, es decir “yo te doy solo si tú me das”.

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El afecto transaccional se preocupa básicamente por los beneficios que obtendrá en una relación.

Quien está en una relación basada en el afecto transaccional puede amar o no a la otra persona. En muchos casos, más que amor, lo que hay es una serie de necesidades. Necesidad de escapar de la soledad, de tener a alguien que sacie las necesidades distorsionadas de apego, que le ofrezca estabilidad en la vida, o bien, recursos económicos.

Este tipo de vínculos parten de una serie de expectativas muy claras que la pareja puede satisfacer o no. Esto, que en principio puede parecer tan materialista como frío emocionalmente, aparece más veces de lo que pensamos. Es muy común iniciar una relación con alguien del que estamos perdidamente enamorados para darnos cuenta, poco a poco, que con esa persona todo tiene un coste.

La reciprocidad solo existe si previamente se ha dado una inversión. Es decir, el ser amado no hará nada por nosotros, si nosotros, previamente, no hemos satisfecho sus demandas. Ese mercantilismo afectivo aniquila, destruye y vulnera todo lo que entendemos por el amor auténtico. Ese que ofrece lo mejor de sí al otro porque así lo desea, sin medir antes que se ha recibido de la pareja.

¿Cómo reconocer las dinámicas transaccionales en mi relación de pareja?

Podemos definir el afecto transaccional como esa vinculación afectiva en la que uno o los dos miembros de la relación esperan obtener unas ganancias de ese vínculo. Al visualizar este concepto, es muy posible que pensemos al instante en un tipo muy concreto de parejas. Esas constituidas únicamente por el interés económico.

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Bien, lo cierto es que el enfoque transaccional no se basa únicamente en el dinero o en el estatus. De hecho, este tipo de perfil busca también desde reforzar la autoestima y el ego, hasta satisfacer sus vacíos y necesidades emocionales.

Por ello, la persona que ve la relación a base de costes y ganancias, nos hará de manera frecuente las siguientes preguntas:

  • ¿Cómo esperas que haga yo esto por ti si tú no haces nada por mí?
  • ¿Por qué no te esfuerzas en respetarme y en quererme un poco más?
  • Si paso de ti últimamente es porque tú también estás pasando de mí.
  • Con todo lo que yo hago por ti y tú ni siquiera me tienes en cuenta.
  • Si te comprometieras un poco más en mis necesidades, entonces yo haría más cosas por ti.
  • Si no me tienes más en cuenta, esto se termina.

La pareja con una mentalidad transaccional no siempre comunica a la otra persona cuáles son sus expectativas y necesidades en la relación. Esto hace que las demandas sean una constante y que al otro le vengan de improviso.

El quid pro quo y la reciprocidad, dos mundos opuestos

La reciprocidad es esa conducta social en la que uno vela por el bienestar ajeno de forma desinteresada. Esta actitud es justo la opuesta al egoísmo y, por tanto, al afecto transaccional. Las relaciones de pareja felices se sustentan precisamente en esa forma de altruismo en la que los dos miembros procuran hacer lo mejor el uno por el otro. Sin pedir nada a cambio.

Un estudio de la Universidad Central de Michigan indica que la conducta altruista aparece de forma mayoritaria en las parejas románticas y no tanto entre desconocidos. Se busca propiciar actos positivos que reviertan en la felicidad de la otra persona. Y este comportamiento se lleva a cabo porque el simple hecho de ver feliz a quien amamos ya es una recompensa.

En cambio, la transaccionalidad relacional se sustenta en el quid pro quo y en el “yo te doy solo si tú me das”. No podemos negar que en una relación debe existir siempre un beneficio mutuo y que, de algún modo, siempre damos por sentado que el altruismo será bidireccional.

Sin embargo, en la pareja que ejerce un afecto saludable no hay imposiciones y todavía menos ese mercantilismo en el que todo acto se analiza para saber qué cuota de afecto o atención nos deben.

Las relaciones transaccionales son menos emocionales y más interesadas.

Cuando la transaccionalidad, sí está consensuada en la pareja.

El afecto transaccional es más material y menos emocional. Ahora bien, cabe señalar que hay parejas que sí optan por esta modalidad relacional. Lo hacen llegando a una serie de acuerdos sobre las inversiones y beneficios que quieren/esperan obtener de ese matrimonio o vida en común.

A veces, buscan obtener estatus social, beneficios económicos o un determinado estilo de vida en el que ambos salen ganando. Las expectativas entre ambos están en sintonía y el quid pro quo es ese engranaje que hace fluir el día a día. “Tú me das y entonces yo te doy para que lo nuestro siga funcionando”. Ahora bien, ¿quiere decir esto que, por haber un consenso previo, el éxito y la felicidad está garantizada? No siempre.

Las relaciones transaccionales suelen terminar de manera conflictiva. La pareja, constituida en realidad por dos socios empresariales -y no siempre por dos amantes-, acaban por chocar en sus propósitos. Tarde o temprano surgen las discrepancias y los resentimientos.

Tengámoslo presente, el amor nunca puede ser un negocio, el afecto no sabe de balances o de costes. Solo pide autenticidad, respeto y reciprocidad.

Por La mente es maravillosa Valeria Sabater foto agencias conveniencia conveniencia conveniencia conveniencia conveniencia conveniencia conveniencia conveniencia conveniencia conveniencia